EL ESCRITOR
Una de las dos cosas que más ansiaba Freddy, se iba a materializar por fin aquel caluroso día. Anhelaba escribir un buen libro, repleto de protagonistas que convertiría en héroes y malos terroríficos que hicieran temblar al mismísimo Michael Myers, pensaba que de ese modo, podría sentirse como si fuera un Dios; y quitarle la vida a alguien quedando totalmente impune.
En cambio, Billy Bob lo único que anhelaba era el relleno de su sofá. Situado en mitad de la pequeña sala, dedicaba gran parte del día a descansar allí sus protuberantes nalgas. Se sentaba en el asiento central, con una botella de dos litros de Coca-Cola entre las piernas. A su lado crecía una montaña de latas de cerveza, que luchaba por no caerse al suelo. Aquella tarde, Billy Bob acababa de llevarse a su hediondo trono un paquete de seis cervezas bien frías, y el televisor a todo volumen le tenía embelesado.
—¡Freddy, tienes que ver esto! —gritó Billy a su compañero de piso con su aguda vocecita.
Cuando la noticia saltó a la pantalla, Freddy estaba sentado en la cocina. Golpeaba con fuerza las teclas de su antigua Olivetti y su cerebro trabajaba a buen ritmo. Había conseguido aislarse de toda distracción, ni siquiera las constantes sirenas de los vehículos de emergencias conseguían desconcentrarle. La calidad de su manuscrito era casi nula, poco más que una mezcla de ideas desordenadas, pero él se sentía como si fuera el Stephen King del Bronx.
Intentó realizar una reverencia, pero su enorme barriga le impedía despegar la espalda del sofá, y en su lugar expelió un pequeño eructo. Con gran esfuerzo y tomando impulso, se puso de pie y se acercó a la única ventana que había en el apartamento. Tapándose un agujero de la nariz expulsó una flema por el otro, y quedó expuesta sobre el alféizar.
—¡Vaya chico! ¡Parece una mierda de gaviota! —rio Billy dejando botar su tremenda panza.
—¡Venga ya, hombre! —dijo Freddy y liberó un puñetazo sobre la mesa de la cocina—. ¿Podrías comportarte como un ser humano por una vez en la vida? Algunos intentamos hacer algo con nuestro tiempo —dijo golpeando con el dorso de la mano la hoja de la máquina de escribir.
—¡Tranquilito muchacho! No te alteres. Te recuerdo que estás en mi casa y aquí hago lo que me da la gana. Como si me quiero poner a mear en mitad del salón. ¿Entiendes? Y si no te gusta, puedes irte a tomar por culo. Ya me dirás qué encuentras por cincuenta pavos al mes.
—Puedes estar seguro de que si pudiera, ya me habría marchado hace tiempo.
—Pues si no te vas a ir, cierra el puto pico y sigue escribiendo tu mierda de libro. A ver si te haces rico y me pagas lo que me debes de una puta vez… ¡Joder!
—Oh joder Freddy, esto sí que tienes que verlo. Dicen que un tan Elon Nosequé se ha convertido en la persona más rica del mundo. ¿Estás oyendo? El tío este, dice que va a colonizar Marte, tronco. ¡Marte! ¿Estamos locos? —dijo Billy y soltó una risita que acabó en una serie de pequeños gruñidos—. Estoy seguro de que si yo lo fuera haría exactamente lo mismo.
—¿Si fueras qué? ¿Rico? Ni naciendo tres veces conseguirías despegarte de ese maldito sofá. —Freddy se fijó en las manchas grasientas del tapizado y empezó a picarle la cabeza—. Creo que tu último trozo de dignidad, se te quedó atrapado en la raja del culo hace años y todavía no has conseguido sacarlo.
—Oye Freddy, me estás empezando a tocar los huevos —dijo Billy Bob poniendo una cara tan seria que hasta los voluminosos mofletes le colgaban.
—¿Tocarte los huevos? ¡Oh, no! Si quisiera tocarte los huevos necesitaría una pala para levantar tus lorzas, y ni aun así podría encontrarlos.
Freddy se sentía como si sus personajes se hubieran apropiado de su voz y deseaba continuar con aquella pugna dialéctica.
—Te lo digo en serio Freddy —Casi tartamudeaba al hablar—. No me gusta que me hables así.
—¿Pues sabes lo que te digo? —Miró la cara de Billy Bob, reparó en sus vidriosos ojos y recapacitó. Se sentó de nuevo frente a la Olivetti, absorto en sus pensamientos. Tal vez había llegado el momento de abandonar aquel proyecto.
Jamás llegaría a ser un escritor de éxito. Buscaba una solución, algo que le dijera como continuar adelante. Sin embargo la solución le encontró a él, en forma de una pesada lata que golpeó su ceja izquierda. Freddy soltó un largo grito de dolor.
—¡Sí! ¡Justo en el blanco! —Billy reía a carcajadas.
Freddy se levantó en silencio palpando el hilillo de sangre que manaba de su ceja. Sin mediar palabra, sacó una gran bolsa de deporte del armario y empezó a meter sus pertenencias empezando por la vieja máquina.
—¿Qué haces pedazo de mierda con ojos?
—¿Qué crees que hago? Me acabas de tirar una lata a la cabeza, me voy de aquí, Billy. Si es necesario dormiré en la calle, pero tengo que acabar con esto.
—Oh no, no, no. Tú no te vas a ir hasta que me pagues los doscientos pavos que me debes.
—¡No tengo doscientos dólares, Billy! Y lo sabes muy bien.
—¡Desgraciado, no te vas a ir a ningún sitio!
—Cuando los consiga te los haré llegar de alguna manera, no te preocupes. Tú sigue comiendo hamburguesas y bebiendo como un cerdo en tu trono de roña —dijo mientras seguía llenando la bolsa, sin levantar la vista.
Freddy no se dio cuenta de que Billy Bob había introducido su mano en el hueco del sofá. Buscaba algo entre trozos de comida, envoltorios de hamburguesa enmohecidos y restos humanos de diversa procedencia. Cuando sacó el 38 llevaba uno de los papeles pegado y tuvo que quitárselo para poder amartillarlo. Freddy no se percató de la escena, y debido al elevado volumen del televisor, tampoco escuchó el arma preparándose para disparar. Lo único que sintió fue el fuerte estallido en su oreja y un ardor penetrante.
—¡Maldito loco hijo de puta! ¿Pero qué coño haces? —dijo presionando con la mano la poca oreja que le quedaba.
—Tiro al blanco. —Sacó la lengua y cerró un ojo apuntando al centro del cráneo. Freddy tumbó la mesa y se escondió detrás. El disparo reventó una vidriera que saltó en mil pedazos—. Puedes esconderte cabroncete, pero tengo una caja entera de munición —dijo disparando una y otra vez sobre el mobiliario. Uno de los impactos atravesó la mesa y alcanzó el gemelo izquierdo de Freddy.
—¡Maldito cabrón! ¡Me has jodido la pierna!
Freddy quiso contar los disparos, al menos eso tenía entendido que había que hacer en estos casos, pero su cerebro no se encontraba para tales menesteres. Cada vez que el 38 vomitaba fuego el tronido era ensordecedor. Notaba cómo le palpitaba el gemelo. La sangre de la oreja bajaba por su cuello y le corría por el costado. Aquello no era una película, ni un libro de ficción, era la jodida vida real. Hubo una pausa en los disparos y supo que Billy estaba recargando. Con dificultad consiguió levantarse y alcanzar un gran cuchillo de la cocina. La pierna le ardía, y se tuvo que arrastrar para colocarse detrás del sofá. La afilada arma le temblaba entre las manos. Las sirenas de policía se escuchaban en la distancia, atenuadas por el ruido del televisor, y parecían ser varios coches patrulla. En pocos segundos estarían allí.
Supuso que Billy ya habría recargado el revólver y, en efecto, las detonaciones no tardaron en sucederse. Uno detrás de otro, los siete disparos fueron atravesando el respaldo del sofá, pero por suerte ninguno le alcanzó. No entendía mucho de armas, pero supuso que el revolver tendría ocho cartuchos y que ese cabrito se había guardado una bala. La policía ya estaba en la calle, y pronto subirían al apartamento. Podía oír como se apagaban las sirenas de los vehículos conforme iban llegando. Tras unos instantes alguien empezó a golpear la puerta con insistencia.
Era ahora o nunca.
Freddy apretó los dientes, se arrastró rodeando el sofá y se puso de pie con el televisor detrás. Billy se quedó atónito. Se había tumbado para disparar a través del sofá y esperaba a que Freddy asomara la cabeza por encima, pero ahora estaba a su lado y Billy no tenía ángulo de tiro. Intentó cambiarse el arma de mano, aquel cabrón venía a por él. Freddy tenía los ojos inexpresivos, vacíos. Agarró el cuchillo con ambas manos y se lo hundió en el pecho con todas sus fuerzas. Cuando lo soltó solo se veía el mango cubierto de sangre, los veinte centímetros de hoja estaban dentro de Billy. El revolver se disparó y la periodista de la televisión al fin se calló.
Freddy sangraba, pero estaba contento. Y no porque siguiera con vida, sino porque una de las dos cosas que más deseaba, por fin se materializó aquel día.
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