EL REGRESO DE HARDIN

La diligencia se detuvo levantando una gran nube de polvo. Los caballos relinchaban, exhaustos despu茅s del largo recorrido, sabedores de que pronto les librar铆an de sus cierrabocas, disfrutar铆an de una buena monta帽a de paja y de agua fresca a raudales. Cuando el viajero se ape贸 del veh铆culo, se hab铆a levantado un poco de viento. Nada comparado con las fuertes rachas que arrastraban peque帽as piedras durante cientos de kil贸metros, pero tuvo que cubrirse con la solapa de su gris谩ceo abrigo, para impedir que los granos de arena le golpeasen en el rostro. Recogi贸 un oscuro sombrero Stetson del interior del transporte, se lo enrosc贸 en la cabeza para evitar que saliera volando y, con un gesto, se despidi贸 del cochero quien avanz贸 sin prisa hasta el abrevadero.

—Buenos d铆as, se帽or Hardin. Me llamo Peter Garret —afirm贸 un encorvado hombrecillo provisto de un rid铆culo mon贸culo. Tendi贸 la mano al viajero, quien se limit贸 a estirar del ala de su Stetson—. El telegrama dec铆a que usted no llegar铆a hasta la semana que viene. 
 
—Prefiero que la gente no pueda encontrarme tan f谩cilmente.
 
—Entiendo, ¿y podr铆a saber cu谩ntos d铆as se quedar谩 por Bonham? Si no es mucha indiscreci贸n, claro est谩.
 

—Lo es, querido amigo. Es una gran indiscreci贸n.

 

—Oh, vaya. Lo siento se帽or Hardin —El hombrecillo estaba tan nervioso que le faltaba poco para tartamudear—. Los documentos estaban preparados para el jueves, pero si usted quiere puedo hablar con el banquero para que los tengan listos para ma帽ana, a primera hora. As铆 podr谩 marcharse cuanto antes —concluy贸 el peque帽o individuo exhibiendo una sonrisa forzada.

 

—De acuerdo —dijo Adam Hardin dirigi茅ndose hacia el edificio de la cantina.

 

—¡Se帽or Hardin! Si est谩 cansado puede ir directamente a la posada, all铆 le llevar谩n algo de beber.

 

Pero el viajero ya le hab铆a dado la espalda. Levant贸 la mano, para dejarla caer despu茅s en se帽al de desaprobaci贸n. El bar principal de Bonham bull铆a de actividad y de olores rancios. Dos hombres de piel enrojecida por el sol discut铆an sobre el precio de unas pieles mientras otros dos met铆an cizalla. En la barra, el 煤nico hueco que quedaba libre se encontraba entre un grueso bebedor de zarzaparrilla y un esmirriado viejo barbudo que se perd铆a debajo de sus ra铆dos ropajes. Otro hombre, que llevaba por adorno una enorme cicatriz en la cara, gritaba en plena partida de p贸quer. El viajero, a pesar de los comentarios que suscitaba su presencia, lleg贸 hasta la barra sin ning煤n incidente.

 

—Es el hijo de John Wesley Hardin —Se atrevi贸 a decir alguien por encima de la muchedumbre.

El silencio en el establecimiento fue absoluto segundos despu茅s. Adam Hardin llam贸 la atenci贸n del camarero levantando su ment贸n, y el trabajador se acerc贸 de inmediato.
 

—Vino de cactus, por favor —dijo alargando una moneda sobre la barra.

 

—En seguida, se帽or. —Tom贸 uno de los vasos y lo puso junto a la moneda. 

 

El camarero sirvi贸 un vaso de vino y recogi贸 la moneda casi al mismo tiempo. Cerr贸 la botella y se agach贸 para dejarla en su sitio. Cuando se levant贸, el viajero ya bajaba el vaso vac铆o, y lo pos贸 despu茅s sobre la madera de roble, sin prisa.
 
—Disculpe la pregunta, pero ¿es usted Adam Hardin? —Parece que lo sabe todo el pueblo menos usted.
 
—Bueno… Era una simple pregunta de cortes铆a. Ver谩, me preguntaba… No s茅 c贸mo decirlo —Trat贸 de decirse para s铆 mismo sin conseguirlo—. Quer铆a saber, si tal vez, es cierto lo que comentan de su padre.
 
—¿Qu茅 parte? Sobre mi padre se han perdido muchas horas de charla, pero hay poca verdad entre tantas palabras.
 
—Vaya, lo siento si es as铆. Me refer铆a a lo que cuenta la gente sobre los robos.
 
El viajero dio un suave empuj贸n al vaso con el dorso de la mano, acerc谩ndolo al cantinero, quien recogi贸 la botella de la estanter铆a y lo volvi贸 a llenar. Hardin pag贸 otra moneda y bebi贸 con calma, aunque en esta ocasi贸n el camarero dej贸 la botella m谩s cerca.
 
—Quer铆a decir con la pregunta anterior —prosigui贸 sin comprender que el viajero no deseaba hablar m谩s sobre el tema—, si es verdad que… ¡Vamos, por el amor de Dios! Dicen que su padre mat贸 a m谩s de cien personas antes de que acabaran con 茅l. Se cuenta que es el mejor y m谩s r谩pido pistolero que ha habido en todos los tiempos.
 
—¿Eso cuentan?
 
—Aj谩 —contest贸 con la cara embobada. Por fin hab铆a llamado su atenci贸n.
 
—Dudo que hayan sido siquiera la mitad de un centenar de muertes.
 
—¡Lo sab铆a! —exclam贸 el cantinero golpe谩ndose la palma de la mano con el pu帽o de la otra—. Y no es solo eso, tambi茅n dicen que John Wesley Hardin ocult贸 lo que hab铆a obtenido de los saqueos, y sus ganancias est谩n ahora escondidas… ¡Por ah铆! ¡Como las de los antiguos piratas! —dijo con una sonrisa de oreja a oreja que le hac铆a parecer m谩s imb茅cil de lo que realmente era.
 
—No s茅 qui茅n le habr谩 contado a usted esa sarta de mentiras. Mi padre fue unos de los peores forajidos del condado de Fannin, y posiblemente de todo el estado de Texas, pero no era un saqueador ni un ratero. Lo suyo eran los juegos de cartas. Si mi padre hubiese sido un ladr贸n se habr铆a gastado el dinero de los robos jugando al p贸quer, eso t茅ngalo por seguro.
 
—Y sabr铆a usted decirme si…
 
Una mano abierta se levant贸 frente al rostro del cantinero y lo call贸 al momento.
 
—Si la pregunta va a ser referida a John Wesley, ah贸rresela. Ya he hablado lo suficiente sobre ese canalla, al que no tengo m谩s remedio que llamarle padre. —Adam Hardin dej贸 caer el resto del vino por el gaznate sin saborearlo y se levant贸—. ¿Sabe usted d贸nde puedo comer algo decente que no lleve m谩s de tres d铆as macerando en una marmita de moscas?
 
—En la posada puede comer guiso de ciervo. Lleva m谩s tripas de conejo y de otros animales que del propio ciervo, pero la olla se vac铆a casi todos los d铆as.
 
En agradecimiento a la informaci贸n, el vaquero afloj贸 otra moneda y se recoloc贸 el cintur贸n.
 
—Gracias, se帽or. ¿Quiere probar el whisky de la casa? Es bueno, le aseguro que no lo diluimos con aguarr谩s. Yo invito, por las molestias.
 
—No, gracias.
 
El viejo barbudo mir贸 al viajero sonriendo, con los ojos abiertos de par en par y dejando entrever los pocos dientes que le quedaban.
 
—¡T贸meselo! ¡Es gratis! —dijo el viejo haciendo un gesto con la cabeza hacia el cantinero, que ya se dispon铆a a servir la muestra de whisky en un peque帽o vaso—. ¡Gratis!
 
—Vale —titube贸—, est谩 bien. S铆rvamelo.
 
El peque帽o recipiente se llen贸 demasiado r谩pido y al retirar la botella, una gota cay贸 sobre la barra. El viejo que observ贸 el descuido del cantinero lo mir贸 frunciendo el entrecejo y pas贸 el dedo por la gota para luego llev谩rselo a la boca.
 
Hardin tom贸 el peque帽o vaso y palade贸 el escaso contenido antes de tragarlo. El sabor a az煤car quemada era patente, aunque no pod铆a asegurar que la bebida no estuviera diluida. El viejo asent铆a una y otra vez, emitiendo un sonido que denotaba impaciencia mientras esperaba a que el viajero se pronunciase pidiendo m谩s whisky, ya que estaba mal visto no hacerlo.
 
—¡Vete a beber a otro sitio! ¡Asesino! —dijo una voz desde el final de la barra.
 
El viejo arrug贸 el labio inferior y sonri贸.
 
—No le hagas caso, hijo. No te conviene meterte con 茅l —dijo sujet谩ndole para que se quedase en la barra—. Atiende lo que te dice un viejo y sigue bebiendo.
 
—Tranquilo. —Apart贸 la mano del anciano—. Solo voy a hablar.
 
El viajero avanz贸 hasta el final de la barra cuidando de no realizar movimientos bruscos. Los hombres que conversaban sobre las pieles recogieron el material formando una gran bola y corrieron al exterior. Otros abandonaron sus sillas a tal velocidad, que cayeron golpeando los tablones del suelo.
 
El vaquero que hab铆a gritado, esperaba al viajero con sus estriadas manos sobre los rev贸lveres. A los lados de sus pantalones colgaban unas chaparreras tan desgastadas por el uso, que casi hab铆an desaparecido. Adam Hardin avanz贸 hacia 茅l con las manos en alto y, al llegar a su altura, despleg贸 su abrigo dejando ver que no portaba armas.
 
—Lo siento si le he ofendido de alg煤n modo se帽or…
 
—Bradley, Charlie Bradley —dijo el vaquero d谩ndole vueltas al tabaco que mascaba.
 
Adam reconoci贸 el nombre y se golpe贸 el ala del sombrero con el dedo. El vaquero hizo uso de una de las escupideras met谩licas y examin贸 al viajero.
 
—Y usted es el hijo del malnacido que mat贸 a mi padre —concluy贸 Bradley lanz谩ndole un escupitajo marr贸n sobre una de las botas. Se qued贸 esperando a que Adam Hardin replicase, pero no hubo respuesta—. El malnacido de John Wesley, era el peor jugador al sur del r铆o Rojo. El muy cabr贸n —continu贸 elevando el tono—, perdi贸 contra mi padre en una partida de p贸quer… ¡Y se lo carg贸 para quitarle el dinero!
 
—De verdad que lo siento, se帽or Bradley, pero mi padre pag贸 con la c谩rcel por los cr铆menes que cometi贸.
 
—¿De verdad que lo siente? —repiti贸 negando con la cabeza mientras exhalaba incr茅dulo y apretaba sus manos envolviendo los rev贸lveres.
 
—S铆, de verdad que lo siento. Yo no soy culpable de los actos de John Wesley, y adem谩s —dijo retir谩ndose el abrigo a煤n m谩s atr谩s—, voy desarmado.
 
—No me importa que vayas desarmado, asesino. Llevas su mismo apellido, y las deudas de sangre tambi茅n se heredan. Adem谩s, s茅 que tu padre se hizo abogado despu茅s de salir de la c谩rcel, pero eso no le impidi贸 seguir siendo asesino. —Se enjug贸 los labios con la manga—. ¡Dadle una pistola a este pedazo de mierda!
 
Una vieja 38 se desliz贸 por la barra hasta la mano de Charlie Bradley que la recibi贸 sujet谩ndola por el ca帽贸n. Las manos de Hardin todav铆a sujetaban el abrigo abierto, a la altura de las caderas.
 
—Est谩 cometiendo un error, se帽or Bradley. —El viajero hab铆a inclinado la cabeza lo suficiente para que el ala del sombrero tapase sus ojos y el vaquero no se percatase de que espiaba el movimiento de sus manos.
 
—¿Crees que puedes venir aqu铆, con tu ropa de ciudad, con un precioso sombrero que ni siquiera ha visto el sol y beberte nuestro whisky…? —dijo mirando a la clientela.
 
—¡Eso! —vocearon dos de los hombres que hab铆an abandonado la partida de p贸quer y que ahora observaban la escena de pie junto a la mesa.
 
El viento se agit贸 en el exterior y una lluvia de piedrecillas se estrell贸 contra los cristales de la cantina. El hombrecillo del mon贸culo abri贸 las puertas de golpe y todos se le quedaron mirando excepto el viajero, que continuaba vigilando a su oponente.
 
—Joder —musit贸 Peter Garret. Avanz贸 por el comedor ante la atenta mirada del p煤blico y se aproxim贸 a los dos hombres—. Se帽ores, ¿pueden dejar la discusi贸n para otro momento?
 
—¡C谩llese, Garret!
 
El vaquero lanz贸 un derechazo, que con seguridad hubiese impactado en la nariz del hombrecillo de no ser por Hardin, quien detuvo el golpe de Bradley y le atiz贸 en plenas costillas. Lo dej贸 rabiando, enroscado en el suelo como una serpiente a la que acabas de pisar la cola.
 
—Qu茅date ah铆, Bradley. D茅jale marcharse —dijo alguien cerca de 茅l. El vaquero no alcanzaba a ver nada m谩s que las espaldas de Hardin y Garret saliendo de la cantina. Desenfund贸 el arma desde el suelo y apunt贸 cerrando un ojo.
 
—¡Hardin! ¡Date la vuelta maldito cobarde! ¡Te matar茅 por la espalda igual que mataron a tu padre si no te giras! Pero el viajero sali贸 del bar sin ni siquiera mirar de reojo.
 
 
La cama era m谩s blanda de lo que esperaba, lo que le permiti贸 descansar holgadamente despu茅s del largo recorrido. El guiso de ciervo no le oblig贸 a levantarse en mitad de la noche, bajarse los pantalones hasta los tobillos y rezar para que no se le manchasen las ropas, porque todo eso pas贸 justo antes de irse a dormir.
 
Por la ma帽ana solo tom贸 un poco de caf茅 en la posada, porque sus nalgas ten铆an miedo de abrirse de nuevo antes de asistir a la cita que ten铆a con Garret en el banco.
 
Observ贸 la hora mientras empujaba el 煤ltimo sorbo y comprob贸 que todav铆a ten铆a tiempo para visitar la propiedad si se daba prisa. El posadero ofreci贸 unas galletas aunque Hardin las rechaz贸 amablemente, ten铆an pinta de estar bastante resecas y le rug铆an los intestinos.
 
—Disculpe, ¿sabe usted qui茅n me puede alquilar un caballo a buen precio?
 
—Hable con Bill, al lado de la oficina del tel茅grafo.
 
—Gracias —dijo Hardin levant谩ndose con prisa, un nuevo retortij贸n le hab铆a puesto en sobreaviso.
 
—Perdone que me entrometa, pero el hombre con el que tuvo la discusi贸n ayer, Bradley, no es mal tipo. Es muy trabajador, y uno de los hombres m谩s duros que hay en Bonham. No se lo tenga en cuenta.
 
—Tranquilo —dijo Hardin apret谩ndose la barriga—. Por mi parte no va a tener ning煤n problema.
 
—Le veo mala cara. D茅jeme que le ofrezca algo. ¡Kate! ¡Pon un poco de tu t茅 en un frasco para el se帽or Hardin! —dijo gritando hacia la cocina—. Mi mujer lo prepara con hierbas medicinales del desierto. El guiso de ciervo en ocasiones es bastante pesado, le sentar谩 bien beberlo.
 
—Gracias, lo tomar茅 sin duda.
 
El viajero cruz贸 la calle dando peque帽os sorbos del l铆quido que le hab铆an preparado mientras caminaba al encuentro del tal Bill. El hombre era bastante simp谩tico, y no le cost贸 conseguir un caballo indio a buen precio. El brebaje de hierbas estaba empezando a hacerle efecto, sin embargo prefiri贸 esperar hasta despu茅s de la reuni贸n con Garret para montarlo. Puede que media hora de saltos no fuera la mejor medicina para un est贸mago revuelto. La reuni贸n con Garret fue sobre ruedas. El banquero hab铆a expuesto los t茅rminos de la venta y dado que las dos partes estaban conformes, el acuerdo no tard贸 en cerrarse con un apret贸n de manos previo a la firma de los documentos.
 
—Solo una cuesti贸n —anunci贸 el viajero mientras sujetaba la pluma en el aire, posponiendo as铆 la r煤brica por unos instantes—. Me gustar铆a visitar la granja antes de marcharme y, si fuera posible, llevarme algunos recuerdos conmigo.
 
—No hay problema —dijo Garret—. Solo nos interesa la ubicaci贸n de los terrenos, y con toda seguridad la casa ser谩 derribada. Sin querer ser grosero, pero sus abuelos no invirtieron mucho dinero en la propiedad, y lo cierto es que se encuentra en muy mal estado. Por m铆 puede llevarse cuanto quiera.
 
—El dinero lo tendr谩 dentro de quince d铆as en el banco que ha designado —dijo el banquero estir谩ndose los largos bigotes—. Por lo que respecta al banco de Bonham, hemos terminado.
 
El viajero asinti贸, firm贸 y levant谩ndose, estrech贸 de nuevo la mano de Garret y del banquero.
—Buenos d铆as, caballeros —dijo Adam Hardin despidi茅ndose de ellos.
 
 
—Un vaso de whisky para m铆 y otro para el viejo Bob. —Pidi贸 Charlie Bradley al camarero sin premura. Se apoy贸 con los codos de espaldas a la barra, cuidando no perder de vista la puerta del banco y se hurg贸 los dientes con un palillo.
 
—Gracias hijo —dijo Bob.
 
—Hoy estoy de celebraci贸n.
 
Tan pronto el alcohol colm贸 el vaso, Bob se lo empuj贸 hasta el fondo de un solo trago y lo devolvi贸 a la barra con un sonoro golpe.
 
—Yo de ti, lo dejar铆a pasar.
 
La actitud de Charlie Bradley cambi贸 por completo, ya que sab铆a a la perfecci贸n de lo que estaba hablando, pero se negaba a escuchar.
 
—No s茅 de qu茅 hablas, viejo. T贸mate otro y c谩llate esa bocaza.
 
El camarero escuch贸 el ofrecimiento y se abalanz贸 a servir un nuevo trago, ya que para 茅l significar铆a otra reluciente moneda. Tras esto, permaneci贸 atento a la conversaci贸n, con la botella preparada en la mano. Con un poco de suerte hasta le pedir铆an que la dejase all铆, por si acaso.
 
—Digo, que no te conviene enfrentarte con ese Adam Hardin. —El hombre se llev贸 la mano hacia la peluda barba que amarilleaba alrededor de la boca y se la frot贸—. No lo s茅. Ese hombre… No me da muy buena espina, y cuando t煤 te alteras eres peor que mi vieja mula.
 
—¡Qu茅 te calles de una vez! —dijo tan alterado que la vena de su cuello se hab铆a inflamado como un lazo de atrapar el ganado. Aprision贸 la botella entre los dedos y el camarero sonri贸, hasta que se percat贸 de que se hab铆a amorrado y la estaba vaciando poco a poco.
 
—¡Eh! ¡Eso tendr谩s que pagarlo!
 
El vaquero le entreg贸 tres monedas sin bajar la botella y, cuando se vaci贸, la lanz贸 contra el suelo. El recipiente sali贸 rodando hacia una esquina del local sin llegar a romperse, lo que hizo que el viejo rompiera a re铆r con una risa aguda y exagerada que le caus贸 un acceso de tos. El cantinero golpe贸 al viejo Bob en la espalda en repetidas ocasiones hasta que recuper贸 el aliento y continu贸 con la risita, ahora m谩s comedida y pausada. Recogi贸 la monedas que Bradley le hab铆a pagado y pens贸 que por un poco de alcohol mezclado con aguarr谩s, tabaco de mascar y az煤car quemada, era bastante ganancia.
 
 
Se protegi贸 la cara con las grandes solapas de su abrigo, y lo cerr贸 hasta el cuello, pero al escuchar que alguien gritaba su nombre lo volvi贸 a abrir. Se pas贸 las manos por el cintur贸n, desde delante hasta atr谩s, y por un momento, Peter Garret, que todav铆a se encontraba sentado, pudo observar un destello met谩lico debajo de los ropajes del viajero que le hizo temerse lo peor. Permanec铆a impert茅rrito detr谩s de la puerta, recolocando su sombrero y ajust谩ndose los guantes, ajeno a los gritos que continuaban en el exterior.
 
—¡Adam Hardin! —Hizo una pausa, tratando de captar alg煤n sonido, sin embargo la calle se hab铆a quedado en absoluto silencio. Pod铆a sentir como la excitaci贸n le manten铆a alerta incluso con el alcohol que corr铆a por sus venas. Sus dedos tamborileaban las agarraderas de los rev贸lveres de manera impulsiva—. ¡Sal si eres un hombre digno y enfr茅ntate conmigo en justo duelo! ¡Adam Hardin! —gritaba cada vez con m谩s energ铆a—. ¡Tienes una deuda de sangre! ¡Sal de una vez! ¡O yo mismo entrar茅 a ese maldito banco y te meter茅 un tiro por la espalda, igual que hicieron con el ladr贸n de tu padre! Aunque eso me lleve a la horca —Disminuy贸 el tono reflexionando sobre lo 煤ltimo que hab铆a dicho, y continu贸 con su propio empoderamiento—. ¡Que todo el mundo lo sepa! Adam Hardin es un cobarde, un malna…
 
La boca de Charlie Bradley se qued贸 entornada ante la visi贸n del viajero y no pudo completar la 煤ltima palabra. Cuando cay贸 en la cuenta de que la ten铆a abierta, la cerr贸 para tragar saliva. Los tacones de las botas resonaban sobre la marquesina del banco, y Hardin le observaba de reojo. Se oblig贸 a no pensar en las palabras que le hab铆a espetado el viejo Bob, sin buen resultado. El viajero baj贸 los escalones, y sus pasos hicieron chisporretear la arena hasta que lleg贸 a mitad de la calle. Realizando un r谩pido giro de cintura se ubic贸 encarado al vaquero. Adopt贸 su t铆pica posici贸n pero encorvando levemente la espalda, con el abrigo abierto y las manos escondidas tras las caderas.
 
Peter Garret y el banquero hab铆an salido a la marquesina, pero tras ver situarse al viajero frente a su oponente caminaron a paso ligero hasta detr谩s de unos barriles. Varias ventanas de madera se cerraron dando un golpe, aunque algunos valientes todav铆a se asomaban impacientes, deseosos por que empezara el espect谩culo.
 
—¡Hardin! —dijo Charlie Bradley en un grito ahogado que le hizo carraspear para aclarar su voz—. ¡Defiende tu honor! —Nuevamente no hubo respuesta—. ¡Lanzadle dos pistolas a ese hombre!
 
—¡No hace falta! —dijo cortante, con tono grave y elevado, sin llegar a gritar—. Mis Colt siempre vienen conmigo.
 
—¡Est谩 bien! —titube贸—. ¡Cuando quieras! ¡Yo estoy listo! —Pero sab铆a que no lo estaba. —Yo tambi茅n.
 
El vaquero calcul贸 la distancia, y estim贸 que podr铆a pegarle un tiro en el pecho sin mucha dificultad. Darle en la cabeza ser铆a lo m谩s complicado, aquel abrigo de anchas solapas le despistaba en gran medida. Tirarle al centro del torso era una apuesta segura.
 
El cuerpo de Bradley se tambaleaba con suavidad, tratando de encontrar el instante adecuado para embestir a Adam Hardin con sus 38, pero ese hombre parec铆a estar pegado al suelo. Pens贸 que sus manos, ocultas, podr铆an estar ya sujetando las pistolas, aunque supuso que tendr铆a que trazar un gran arco hasta poder realizar los disparos. Cuando crey贸 notar que Hardin bajaba la mirada por un momento, Charlie Bradley desenfund贸 sus 38 al un铆sono.
 
Con un movimiento reconocible para los entendidos en duelos, proyect贸 sus armas hacia adelante, como si hubieran sido propulsadas por un resorte. Sin embargo, cuando quiso presionar los disparadores, se percat贸 de que Adam Hardin ya le estaba apuntando con dos plateados rev贸lveres que reflejaban la luz al igual que dos espejos y sinti贸 que un terrible dolor se apoderaba de sus propias manos. Trat贸 de impedir que se le cayeran los 38, pero era como si intentase sostener dos enormes y pesados yunques. En cuanto se libr贸 de la pesada carga, comprob贸 que hab铆a perdido un dedo de la mano izquierda y a trav茅s de la derecha, pod铆a ver el caballo indio de Hardin.
 
Cay贸 rendido de rodillas, esperando el tiro de gracia, pero el viajero, ahora pistolero, Adam Hardin, hab铆a hecho girar sus humeantes rev贸lveres, y con los ca帽ones hacia atr谩s los devolv铆a a su funda. El pistolero camin贸 hasta la posada, desat贸 al caballo y con un h谩bil movimiento, mont贸 y desapareci贸 adentr谩ndose en la llanura.
 
 
La granja se encontraba en tan mal estado como hab铆a vaticinado Garret, tanto que le cost贸 un buen rato encontrar el pozo. Se situaba en el patio interior, debajo de un derrumbado chamizo de paja, ca帽as y alambre, que menos le hubiera costado quemar que desmontar. El pistolero busc贸 un pilar seguro donde atar la soga, aunque no quedaban muchos. La afianz贸, y se volvi贸 a asegurar de que estaba bien sujeta antes de descolgarse. Descendi贸 con suavidad, dejando correr la cuerda de pita entre sus botas, hasta que toc贸 el reseco fondo. Tras examinar los macizos ladrillos de las paredes encontr贸 el de color rojo. Recogi贸 una piedra del suelo y lo golpe贸 en repetidas ocasiones. El ladrillo se parti贸, pero continuaba en su sitio, de modo que utiliz贸 el trozo para excavar alrededor. Finalmente lo extrajo e introdujo la mano en el hueco. No sab铆a a ciencia cierta si iba a estar all铆, as铆 que palp贸 en su b煤squeda y se llev贸 una grata sorpresa.
 
Era un peque帽o cuaderno de piel, sucio y cubierto de tierra, pero con una doble costura que denotaba cierta calidad. Era el cuaderno de un abogado. En la esquina superior izquierda rezaban las iniciales J.W.H. El pistolero solt贸 la cinta que sujetaba la cubierta y lo abri贸 para comprobar su contenido. El libro estaba escrito desde el principio hasta el final, sin dejar ni un hueco para los m谩rgenes, aunque en la primera p谩gina solo hab铆a escritas dos l铆neas.
 
«Para mi hijo, Adam.
Lo intent茅, pero no supe ser de otra manera.»


Foto de Steve en Pexels


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