LA CUEVA

—Venga, entra. No seas cagueta.

—¡Oye! ¡Yo no soy ninguna cagueta! Solo es que no quiero hacerme daño. —Con una mano temblorosa se recogió el pelo detrás de la oreja—. Ahí dentro está muy oscuro y nos puede pasar cualquier cosa.

—Pero no hemos venido hasta aquí para nada —dijo Sara y sacó de su bolsillo una pequeña linterna—. Dijiste que vendrías conmigo a la cueva, así que ahora te toca entrar, por bocazas. Ve detrás de mí si quieres, solo quiero dar un vistazo.

—Dije que vendría contigo, pero no dije nada de meternos hasta el fondo. Eso es de locos. Si quieres puedo pasar hasta ahí, más o menos. —Emma señaló donde la frágil luz de la luna daba paso a la oscuridad—. Cada vez que venimos a tu casa, mi madre me hace prometer que no entraré en la cueva, y creo que no debería hacerlo. Ella dice que está todo lleno de botellas rotas y porquerías porque aquí vienen los adolescentes a hacer cochinadas y a emborracharse.

—Eso ya lo sé. Hay algo de mugre, pero no es para tanto. Mi hermana viene los sábados con su novio y otras tres parejas, aunque es verdad que nunca pasan de la entrada. —Enfocó con la linterna que iluminaba poco más que la luz de la luna—. Mira, a partir de ese recodo el suelo está limpio.

—No sé yo…

—¡Vamos,
Emma! ¡Es solo un momentito! Luego te quejas de que no eres nada valiente. Ahora tienes la oportunidad de demostrar que no eres una miedica.

—Jolines —dijo cabizbaja y resopló—. Pero solo un vistazo, y si vemos algo raro nos salimos. ¿Vale?



—¡Pero, chica! ¿Y esos pendientes?

—Me los ha regalado Andrés. Hoy es nuestro décimo aniversario.

—¡Anda! ¡Qué callado lo tenías!

—Sí, bueno. Realmente lo celebramos esta noche, aunque nos quedamos aquí en Suances. Nos vamos con
Emma a ver una peli al cine de verano y luego a cenar a una taberna del centro.

—¡No seas boba! Se puede quedar con nosotros a cenar, y seguro que estará encantada de dormir con Sara si se lo proponemos. ¿A que sí,
Emma?

—¿Qué pasa mamá? —dijo la niña desde el otro lado de la mesa.

—Nada. Le estaba contando a Natalia que esta noche tenemos un buen plan los tres. ¿A qué sí?

—Ah, sí —dijo sin mucho entusiasmo.

—¿Y no prefieres quedarte a dormir con Sara?

—¿En serio? ¿Puedo, mamá? ¿Puedo?

—Mira que eres, Natalia. Tenemos que hablarlo papá y yo, ya habíamos hecho planes para hoy y…

—¡A mí me da igual! —dijo el padre de
Emma mientras masticaba un trozo de carne—. ¡Si quiere quedarse, por mí que se quede!

—¡Claro! ¡Mira qué fácil lo ves todo!

—Venga, mamá. ¡Por favor! —dijo arrastrando la última letra con un soniquete cansino.

—Es que sois la repera. Bueno, te puedes quedar a cenar…

—¡Bien! —exclamaron
Emma y Sara al unísono.

—¡Pero solo a cenar! Después te vendrás a dormir a casa.

—Pero María, vendréis muy tarde. Deja que la nena se quede a dormir también.

—Natalia, no. Que yo sé lo que pasa luego.

—¡Mamá! ¡No seas aguafiestas!

—He dicho que a cenar y punto. ¡No hay más discusión que valga!

Las niñas se guiñaron el ojo y sonrieron.



—No me sueltes de la mano —dijo
Emma arrastrando los pies por el suelo de la cueva.

El pequeño haz de la linterna apenas iluminaba un par de metros delante de ellas, y Sara lo movía con un vaivén constante que solo permitía vislumbrar la estancia por un segundo.

Pasado el recodo, la suciedad y el hedor a excrementos humanos desaparecieron, dejando paso a un penetrante aroma a humedad y salitre. Las paredes parecían guardar secretos de varias décadas, o tal vez siglos, con pintadas vandálicas que habían estropeado los dibujos que anteriormente se encontraban debajo. De un modo incomprensible para ellas, unas pinturas casi desaparecidas, hablaban de cuando el hombre amaba la caza, como única forma de vida, y la mujer amaba al demonio, como el único ser que podía saciar sus placeres.

Una suave brisa marina penetró en la cavidad, meneando sus ropas de una cálida manera casi imperceptible.
Emma quiso comentar algo sobre el fenómeno, pero antes de que pudiera hablar, aquella brisa cambió su rumbo al final de la cueva y salió convertida en una fuerte ráfaga gélida que expulsó varias bolsas que se acumulaban en la entrada.

—¡Sara! ¿Has visto eso? Creo que… Creo que deberíamos de salir de aquí.

El sonido del fuerte viento helado zarandeando los árboles se alejó dirección al Cantábrico, y
Emma tuvo la sensación de que aquella cueva lo había creado y ahora vagaba por toda la costa, buscando alguna embarcación susceptible de ser convertida en pecio, tal y como pasaba en aquellas historias que contaba su madre sobre Galerna.

Por fin Sara ya podía divisar el final de la cueva. Terminaba en un ensanchamiento que se asemejaba a una especie de sala circular y las paredes estaban plagadas de aquellas manchas que una vez pudieron ser dibujos, y de símbolos rascados sobre la piedra. Sin poder cerrar la boca, dirigió la linterna hacia la roca que se ubicaba en el centro del habitáculo, una gran piedra roma que desentonaba del resto.

—Se ha movido algo ahí
—titubeó.

—¡Vámonos, Sara! ¡Por favor! ¡Vámonos, vámonos, vámonos! —repetía
Emma de manera insistente con un nudo en la garganta, empujando cada palabra mientras aguantaba el llanto. El chillido de unas gaviotas en el exterior sacó a Sara de su trance.

—Sí, será mejor que nos vayamos.

Las dos niñas se giraron para salir de la cueva cuando percibieron un hedor a carne muerta y tuvieron que taparse las narices para no vomitar. Unas manos que parecían hechas de aire sucio las agarraron, tratando de estirar de ellas hacia el centro de la sala.

—¿A dónde creéis que vais? —Preguntó una aguda voz burlona detrás de ellas.

Sara se quedó petrificada mientras una lágrima se deslizaba por su mejilla. Su linterna iluminaba una forma femenina que vestía un traje blanco.
Emma consiguió zafarse de la presencia y corrió a tientas hacia la salida. Durante la huída, sus pies se enredaron con una bolsa, trastabilló y cayó de rodillas sobre varias latas oxidadas y la roca desnuda.



—¿Qué pasa, María? —dijo Andrés subiéndose en el coche.

—Pues que no me gusta que se quede. Estamos muy cerca de la cueva, y ya sabes que no me hace ninguna gracia que vayan allí.

—¡Pero si han dicho que no las iban a dejar salir de casa!

—Ya. Una cosa es lo que nos hayan dicho y otra muy diferente lo que van a hacer. Me conozco a Natalia de sobra. Andrés, lo que vimos en aquel lugar fue real. Estoy convencida de que ahí hay algo.

—Pero ¿todavía estás con esas? ¿No habías hablado ya con tu padre del tema?

—Sí —dijo apesadumbrada—. Ya lo sé, Andrés, pero no me convencen sus explicaciones.

—Vamos a ver, María. Si tu padre dice que en el ayuntamiento no hay constancia de que haya sucedido nada extraño en la cueva, ni tampoco cree que la leyenda tenga una base real, algo de razón tendrá. Que para eso es lo que es el hombre. Vamos, digo yo.

—Mi padre es lo que es en el ayuntamiento de Suances. Sobre la historia del jinete me dijo que había consultado y que algo se hablaba en Santoña. De hecho había algún escrito que no querían sacar a la luz. Un pasaje medieval de un tal don Rodrigo de no sé qué, pero nada concluyente.

—¿De verdad crees que viste a un tío subido a lomos de un delfín gigante? —María asintió—. Madre mía, estás para que te encierren.

—Andrés, está en boca de todos. El Jinete Maldito que aparece en una noche de tormenta, la ráfaga de viento frío…

—Galerna. —Rio Andrés jocosamente.

—Sí, Galerna. Y después las brujas que despiertan y se marchan volando desde la cueva de Ongayo hasta Cernégula, para bailar con el demonio y traer nuevas maldiciones a nuestras tierras.

—Maldiciones, dice. Me recuerdas al cura ese que vino a sustituir a don Gregorio. «¡Fornicación!» —gritó poniendo cara seria.

—Anda, calla. No seas idiota.

—Menudos cuentos de viejas. Por el amor de Dios, María. Maldecir las cosechas… Si aquí no se siembra desde hace veinte años por lo menos. Todo eso son historias que se inventan para atraer a los turistas. Además, como tú bien has dicho, lo del Jinete Maldito es un cuento de Santoña. ¿Qué tendrá que ver una cosa con la otra? Me preocupa más que se hagan daño con la mierda que se acumula en la boca de la cueva que toda esa charlatanería.

—Espero que, si van, por lo menos
Emma no entre, aunque sea solo por eso que dices.

—¡Que no van a ir! Confía en
Emma, ella sabe que es peligroso —dijo el padre tratando de transmitir una seguridad que él mismo no tenía.



—¿A dónde han ido las niñas? Hace ya casi una hora que no hacen ruido.

—Han ido a ver la cueva. Sara me dijo que iban solo a asomarse y se volvían. Un paseo después de cenar no les vendrá mal.

—¡Pero Natalia! ¡María y Andrés no tardarán en llegar! Como se presenten en casa y las niñas no hayan regresado, la vamos a tener.

—No seas cenizo. Mira, ya vienen por ahí.

Emma venía corriendo por el camino carretero con las rodillas peladas, tanto que una de ellas chorreaba un hilo de sangre que le llegaba hasta el calcetín. Una greña de su oscuro cabello se había soltado y se zarandeaba como la contrapesa de un reloj de pared.

—¡
Emma! ¿Qué ha pasado? —preguntó Natalia exaltada. ¿Y Sara, dónde está Sara?

—Ella está… Bueno, yo… Será mejor que vayas a buscarla.

Los padres de Sara recorrieron el camino de tierra tan rápido que en pocos segundos se perdieron de vista y
Emma supo que se habían adentrado en la gruta sin miramiento alguno. Ella se quedó sentada allí mismo, esperando a María y a Andrés, esbozando una leve sonrisa.



—Estoy bien, de verdad.

María se santiguó y
Emma sintió como el aire que entraba por su garganta ardía y le costaba respirar.

—Voy a llamar a la policía —consiguió articular Andrés.

—Aquí no hay cobertura —anunció María levantando su propio teléfono—. Acércate a la cueva, es posible que necesiten ayuda.

—¿Yo solo?

—¡Ahora me vienes con esas! ¡Valiente cobarde! —María agarró a
Emma por las axilas y se la subió en brazos con las piernas magulladas de la pequeña rodeando su cintura—. Vamos.

—¿Pero, a dónde vais? ¡Tiene las rodillas destrozadas!

—Estoy bien, papá. —Y la última palabra sonó extraña, como fuera de contexto—. Tal vez necesiten nuestra ayuda —finalizó exhibiendo una amplia sonrisa gélida, exenta de sentimiento alguno.

El padre cogió a la niña en brazos, dio la mano a su mujer y avanzaron hacia la cueva por el camino carretero, mientras un viento frío pulverizaba partículas de arena sobre sus rostros.







DETALLES CURIOSOS:


Se dice, se cuenta, que de una cueva cerca de Suances, debidamente llamada “Cueva de las brujas”, partió durante siglos una caravana de muerte y misterio, una tropa de hechiceras y magas que volaban por los cielos de nuestra tierruca maldiciendo y portando saberes ancestrales usados para el mal y la adoración del maligno. La sabiduría popular ha mantenido hasta hoy en la memoria, una ruta prohibida y mágica que tenía como inicio Ongayo y como meta Cernégula... Nombre desde tiempo inmemorial asociado al culto al maligno y a antiguos ritos. Hoy tendemos un puente tétrico entre Cantabria y Castilla que nos lleva a recitar las viejas estrofas de una copla popular que dice:


"De la cueva de Ongayo
salió una bruja
con la greña caída
y otra brujuca.
Al llegar a Cernégula
¡válgame el Cielo!
un diablo cornudo
bailó con ellas.
Por el Redentor,
por Santa María,
con el rabo ardiendo
¡cómo bailarían...!"


Cuentan que todos los sábados por la noche, las brujas montañesas tras orinar en las cenizas del hogar y gritando: "¡Sin Dios y sin Santa María, por la chimenea arriba!", parten volando en escobas transformadas en cárabos rumbo a Cernégula, pueblo de Burgos donde celebran sus reuniones brujeriles alrededor de un espino, las brujas allí reunidas se untan con un compuesto a base de hierbas frías, hierba mora, mandrágora y otras hierbas que producen visiones agradables, para ir después de la orgía a bañarse en una charca de agua helada sita en los alrededores de dicho pueblo, mientras otras atraviesan las tierras castellanas en un viaje fantástico para amanecer en Sevilla al pie de la Torre del Oro. Cuando regresan de sus reuniones en Cernégula se reúnen en cónclave; en él se exige a todas las brujas cántabras que relaten cuantas maldades hayan cometido durante la semana.

La charca de Cernégula (pueblo a 6 km de Abajas que cuenta con 35 habitantes y es pedanía de la Merindad del río Ubierna) tiene unos 5.000 metros cuadrados de superficie. Por la zona más profunda alcanza los cuatro o cinco metros y algo más de un metro por el extremo que menos. En invierno, la charca está a rebosar y el nivel baja en verano, pero nunca se ha conocido seca. Según cuenta la leyenda, por Pozorrubio pasaban los arrieros y se acercaban hasta las charcas a dar de beber a sus animales. Pero sucedió que una vez desaparecieron las bestias. De boca en boca ha ido corriendo esa historia, así como las historias brujeriles que aquí narramos y que la han hecho famosa como enclave mágico. Pero aquí no acaba la leyenda, una vez más dice que cuando las mujeres quedaban embarazadas ponían ramos de ajos o cardos para ahuyentar a las brujas. Las leyendas referencian el miedo ancestral al mal de ojo, y aún hoy es mejor no pensar en lo que pudiera pasar si al visitar su charca en Cernégula, alguna nos echa el ojo…
 
 
El Jinete Maldito, en Santoña

Es esta una historia trágica de deshonor, de amor y de maldad, enclavada en un escenario único. Se cuenta que cerca de Santoña existe el acantilado más elevado de toda Cantabria, lugar donde permanece silencioso un castillo en ruinas. A la espera de que las piedras detallen su historia real apareció la del Jinete Maldito.

En esta fortaleza vivió en torno a los siglos XII y XIII don Rodrigo de los Vélez y su esposa doña Dulce de Saldaña, al cuidado, además, de un prohijado suyo -una práctica medieval habitual por la que se enseñaba, en pago de deuda o de favor, a un joven aprendiz-, Íñigo Fernán Núñez.

El caballero cristiano don Rodrigo partió hacia una campaña contra los musulmanes que duró un año, que perdió y que, además, le hicieron prisionero. Este hecho dio la oportunidad a Íñigo de hacerse con el castillo y pretender a su mujer, la cual había caído en un estado de dependencia total debido a la depresión que sufrió tras recibir las malas nuevas.

Finalmente, doña Dulce de Saldaña se dio cuenta de las horrorosas intenciones de Íñigo, quien la persiguió hasta lo alto para hacerla suya. La dama prefirió la honra a la vida y por ello se asestó un golpe mortal contra su pecho, sacando la espada de su cinturón a su ya enemigo. El espanto se hizo con el innoble caballero y se hizo hacia atrás, momento en el que sopló un fuerte viento haciendo que se precipitara al vacío.

Desde entonces, en este lugar, cada vez que sopla el viento con fuerza se dice que aparece don Íñigo Fernán a lomos de un delfín, por entre el oleaje del Mar Cantábrico con dirección a ningún sitio, sin descanso.

El lugar es hermoso y, conociendo su leyenda, un poco más atractivo si cabe. No os preocupéis los más sugestivos, es muy probable que don Íñigo no aparezca durante vuestra visita.

Leer más en Leyedas medievales: El Jinete Maldito
 

 
Si te ha gustado este relato, agradecería que dejases aquí mismo un comentario. También puedes compartirlo en tus redes sociales y así ayudarme a darle visibilidad, suscribirte por correo electrónico al final de la página o seguirme en mis redes sociales para mantenerte informado.

Comentarios

  1. 👏🏻👏🏻👏🏻 me encanta, habrá segunda parte?? Espero que sí crack ✍️ si las cuevas pudieran hablar nos contarían historias para no dormir 😅🧙🦹🧟🕵️👩‍🦳

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. ¡Hola, Mariló!

      Pues en realidad el relato iba a salir en dos partes. Me puse en contacto con el ayuntamiento de Suances para ampliar información acerca de la leyenda de la Cueva de las Brujas, pero según me comentaron desde el departamento de cultura, no hay documentos oficiales donde se haga constancia del origen de la leyenda ni de hechos relacionados, así como tampoco los hay sobre la canción, «solo» son creencias populares transmitidas por el boca a boca.

      De ese modo decidí aunar las los leyendas, la de Suances y la de Santoña, que en principio iban a salir en dos partes.

      Aunque no descarto escribir algo más sobre el tema, o sobre alguna otra leyenda por el estilo, más adelante.💪🏻

      Por cierto, el comentario ese de que si los objetos pudieran hablar... Me lo apunto. 🤭

      Eliminar
  2. Madre mía eres un escritor fuera de serie según estaba leyendo me estaba imaginando hasta el viento . Me gusta mucho cómo vas haciendo os ver la escena de las niñas y la tranquilidad cuando hablan los padres . Es como en un momento dado estuviera al principio de la cueva .espero ya la segunda parte porfa

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Muchas gracias. ☺️🙏🏻

      La verdad es que es como tener una máquina del tiempo. Si la manejas con cuidado puedes crear situaciones adversas, y anticipar o retrasar hechos creando reacciones en los lectores.

      Es estupendo que hayas podido entrar en la cueva con ellas. 🙄😱

      Un abrazo. 😘

      Eliminar
  3. Que historias hay en Cantabria las reuniones de las brujas muy fuerte y la historia del jinete también

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Cantabria es una tierra preciosa que vale la pena visitar no solo por el atractivo turístico, sino por sus tradicionales ancestrales, leyendas y cultura. 😃

      Eliminar

Publicar un comentario

Al enviar tu comentario aceptas la política de privacidad. Los datos de carácter personal que consten en tu comentario serán tratados por el blog - R. Budia - e incorporados a la actividad de tratamiento CONTACTOS, cuya finalidad es publicar tu comentario. Dar respuesta a tu solicitud y hacer un seguimiento posterior. La legitimación del tratamiento es tu consentimiento. Tus datos no serán cedidos a terceros. Tienes derecho a acceder, rectificar y suprimir tus datos, así como otros derechos como se explica en nuestra política de privacidad.
https://www.rubiobudia.com/p/politica-de-privacidad.html