NOMBRE EN CLAVE: TOBÍAS - PARTE 6





Tobías se percató de que el vigilante estaba sacando el arma, de modo que bajó la vista hacia el suelo de baldosas hidráulicas, unas horripilantes baldosas de rombos que conferían un aspecto más frío y tétrico a toda la instalación si cabe, y se retiró de la cabeza de Andrés, aunque solo un poco. Lo suficiente para dejar que la consciencia de su amigo le escuchase y le habló. Para cuando se hubo retirado del todo, Andrés supo, entre otras cosas, que Tobías jamás volvería a meterse dentro de su cuerpo y eso le hizo sentirse aliviado. Se giró sobre sus talones y dio la espalda al vigilante y al supervisor.

—¡Quieto! —dijo el vigilante apuntándole directamente con el arma—. ¡No te muevas o te meto un tiro!

—Mirad. —Andrés señaló al monitor sin que la pistola le atemorizase lo más mínimo—. Se ha levantado.

En la pequeña pantalla se observaba a Tobías quien permanecía de pie con los tobillos engrilletados a las patas de la silla. Levantó sus manos esposadas, pero la cadena que lo amarraba a la mesa se tensó impidiendo que pudiera subirlas más arriba del pecho.

—No sabéis lo que habéis hecho —afirmó Andrés. A partir de ahora y siempre, el verdadero Andrés.

—Jaime —dijo el supervisor—, llévatelo a una celda y dile al alemán que estamos solucionando un pequeño problema. Coméntale que enseguida...

Lo primero que falló fue el monitor. La imagen de Tobías tratando de zafarse de sus ataduras dejó paso a la típica nieve que aparecía cuando no había ningún canal sintonizado. El vigilante y el supervisor lo miraron atónitos. Al regresar la imagen, Tobías, que esbozaba una sonrisa de oreja a oreja, cerró los ojos y respiró profundamente. Como por arte de magia, las esposas de sus manos se abrieron solas, al igual que los grilletes de los tobillos. A pesar de que el aparato no tenía altavoces, pudieron escuchar el ruido metálico de cadenas al caer al suelo en la habitación de al lado. Se apartó de la mesa, y alargó las manos hacia la cámara, mostrándoles a través del monitor que estaba completamente libre. La cara del supervisor, ya de por sí blanquecina, tomaba un color grisáceo por momentos. Tobías extendió los brazos hacia el techo y al bajarlos con un único y rápido movimiento, las luces de toda la instalación se apagaron.


El disparo se produjo tan pronto como se apagaron las luces. Por suerte, Tobías había advertido a Andrés que se arrojase al suelo en cuanto se quedaran a oscuras, por lo que pudiera suceder. Así fue como pudo quitarse de delante del arma con la suficiente antelación como para no recibir un taponazo en el pecho. La bala pasó rozando su oreja, aunque el estruendo de la detonación le impidió escuchar el silbido del proyectil. Otra mentira de las películas. Lo que sí experimentó fue un pitido de oídos, que unido a la oscuridad resultó terriblemente desconcertante. Cuando se palpó la sustancia viscosa que chorreaba de su pabellón auditivo supo que era sangre, y descubrió que había estado más cerca de morir de lo que pensaba.

—¡No dispares, gilipollas! —dijo el supervisor, quien se había tirado al suelo por instinto al escuchar el disparo.

—Se me ha escapado. Lo siento.

—Bueno, ya da igual. No veo una mierda. —Tanteó las paredes buscando algo con lo que orientarse, pero solo consiguió darse un golpe en la espinilla. Se aguantó el chillido, aunque de buena gana se hubiera acordado de la promiscua madre de alguien—. ¿Le has dado?

—Creo que sí, porque no se mueve nada excepto nosotros. Estoy buscando la puerta.

—Espero que no lo hayas matado, tenemos que hacerle unas cuantas preguntas. —Manoseó el monitor y supo que había chocado contra la estantería que lo sujetaba—. ¿No tenías una linterna?

—Sí, pero como ya era de día no pensaba que fuera a necesitarla. Está en la garita.

—¡Pues ve y tráela, joder!

—Eso es lo que intento...

Había alcanzado el marco de la puerta y buscaba desesperadamente la manivela para abrirla, cuando escuchó un crujido fuera de la habitación. Si hubiera abierto la puerta en ese preciso momento, podría haber observado cómo chisporroteaba el mecanismo de apertura de la sala 81-B. Cada chispazo iluminaba la puerta donde se encontraba Tobías, abriéndose como si alguien proyectara esa realidad fotograma a fotograma. Acertadamente, el vigilante no llegó a contemplar la escena porque soltó la manivela de la sala 81-A y retrocedió un paso.

—Creo que la puerta de al lado se ha abierto.

—Lo sé, no soy idiota —dijo el supervisor—. ¿Te quedan más balas en la pistola?

—Solo he gastado una, todavía me quedan siete. —Se llevó la mano a la pistola Astra 400 que él mismo había devuelto a su funda para evitar pegarse un tiro por accidente.

—Pues sal al pasillo y detenlo.

—Sí, claro —dijo tanteando la puerta sonoramente sin ni siquiera tocar la manivela.

—¿Pero qué hace? ¡Abra la puerta de una vez!

—Ya voy. Una…, dos… —se dijo en voz baja—, y tres.   

Salió al pasillo como alma que lleva el diablo, trotando bajo la poca luz que entraba desde la entrada del edificio. Los zapatos con suela excesivamente desgastada, casi lisa, no eran el mejor calzado para correr sobre baldosines, por lo que al tratar de disminuir la velocidad para entrar en la garita resbaló, o eso pensó al principio. Porque su pie derecho se deslizó hacia un lado como si tuviese vida propia y su cabeza fue a dar contra el suelo, lo que provocó que se abriera una profunda brecha en el pómulo. Por un momento dio las gracias de no haber tenido la flamante idea de ir corriendo con la pistola en la mano, porque entonces podríamos estar hablando de sesos desparramados o tripas agujereadas. Medio a gatas, entró en la garita y tomó la linterna del segundo cajón. Ahora sí, sacó la vieja Astra de su funda, enfocó con la linterna hasta el final del pasillo y posó el arma encima, haciendo que coincidieran sus trayectorias por si acaso tenía que dispararla.

Una sombra se dibujó al final del corredor.

—¡Alto! —dijo Jaime mientras la pistola y la linterna traqueteaban anunciando su nerviosismo—. ¡No…, no te muevas! —fue lo último que dijo antes de mearse encima.

—Tranquilo —dijo Tobías levantando las manos—, no me voy a mover de aquí.

El miedo que sentía Jaime era mejor incluso que las palomitas dulces. Tobías casi no tendría que esforzarse para entrar en la cabeza del vigilante, pero no quería descubrir toda la porquería que habría allí dentro. Así que, se sentó en el suelo con las piernas cruzadas, escuchó como Jaime gritaba algo desde el fondo, y apoyó sus manos en las rodillas antes de cerrar los ojos.

El vigilante se acercó, paso a paso, con sumo cuidado de no caerse, pero de nada le sirvió, porque cuando estaba a tan solo dos metros de Tobías, su pie volvió desplazarse hacia un lado haciendo que perdiera el equilibrio. Giró la cara para evitar golpear de nuevo con el pómulo en el suelo y golpeó con la sien. La pistola salió dando vueltas hasta chocar contra la pared. Tobías se levantó sin prisa, fue hasta el arma y la recogió. La observó un instante y, sin pensárselo dos veces, descerrajó dos tiros sobre las pelotas de Jaime. Uno impactó en el muslo y el otro hizo diana. Los gritos del vigilante comenzaron y Tobías sintió que alguien se le acercaba por detrás.

—¡No! ¡Tobias, no lo hagas! —Se trataba del supervisor que observaba la escena con la cara desencajada, aunque todavía no había avanzado lo suficiente como para colocarse donde daba la luz y Tobías no podía verle.

—¿Por qué? —dijo con las manos en alto—. ¿Por qué no he de matarle? ¡Dame un solo motivo para no acabar con su miserable vida! ¡Para no acabar con la vida de todos vosotros, malnacidos hijos de puta!

La pregunta sorprendió al supervisor. ¿Porque Jaime tenía familia? Mentira. Era un tío solitario como casi todo el mundo por allí. ¿Porque tenía grandes planes para su vida? Permítame que lo dude. ¿Porque eran buenas personas? Definitivamente, no. Entonces fue cuando se le ocurrió la respuesta que podría salvarles.

—Porque si no lo matas tendrás más posibilidades. Irán a por ti, Tobías, pero si lo dejas aquí, si detienes esta locura yo puedo hacer que tu situación mejore. Incluso puede que algún día pudieras estar en mi puesto, quién sabe… Además, no tienes a dónde ir. Tus padres murieron hace años…

La noticia le golpeó como hacía Jaime cada mañana, y el supervisor casi consiguió que Tobías perdiera la concentración. ¿Era posible que sus padres hubieran muerto y no supiera nada de lo que había pasado? ¿Eran tan cabrones como para no haberle permitido ir a su entierro, o que incluso ellos mismos los hubieran asesinado? Definitivamente, sí.

—¿Y qué? Ya me buscaré la vida —La duda se había implantado en su cerebro. ¿Podría? ¿Realmente podría salir adelante?

El supervisor ya se encontraba en la luz y ahora Tobías podía apreciar su cara, odiosa como la de una serpiente. Aquella bestia solo sacaba la punta de la lengua, pero si le dejaba espacio suficiente estaba seguro de que le mordería. Detrás de él se recortaba la silueta de Andrés que, tímidamente, había salido al pasillo. Tobías apuntó el arma contra el supervisor.

—Vete, Andrés. Huye ahora que puedes.

—Sí. —Es lo único que consiguió articular después de tragar saliva.

El supervisor le agarró del brazo cuando pasó por su lado y Andrés no tuvo más remedio que plantarle un puñetazo en mitad de la cara. Nunca lo había hecho, pero fue bastante certero. Lo que no imaginaba era cómo podía doler tanto el simple hecho de golpear a alguien con los nudillos. Posteriormente, cuando advirtió que en la nariz del supervisor se abría una brecha de sangre, se olvidó completamente del dolor que sentía en la mano.

—Muchas gracias por todo lo que has hecho por mí, Andrés. —Andrés negó con la cabeza—. Déjame la gabardina y el sombrero antes de irte, ya no te harán falta. —Andrés se los quitó y se los lanzó a los pies.

—Adiós, Tobías —dijo tocándose la herida de la oreja, que ya no sangraba—. Espero haberte ayudado. Que tengas suerte.

—Adiós, amigo. —Levantó la mano que no sujetaba el arma para despedirse. 

Andrés pasó por al lado del vigilante, que trataba de cortar la hemorragia sujetándose lo poco que le quedaba de sus pelotas, y le escupió. El escupitajo fue a parar al suelo y el acto quedó un poco desvirtuado, pero el efecto fue el mismo.

—Hijo de puta —farfulló Jaime con el poco aliento que le quedaba—. Te encontraré. Os encontraré y os mataré a los dos.

Tan pronto como Andrés salió del edificio, Tobías se acercó al vigilante y le miró a los ojos sin dejar de apuntar al supervisor.

—No sé cómo vas a hacer eso estando muerto.

Los gritos, insultos y amenazas, unidos a la poca experiencia de Tobías con las armas, causaron que tuviera que gastar cuatro de las cinco balas que le quedaban para que todo volviera a quedarse en silencio.

Miró el reloj de la muñeca del supervisor y supo que en unos minutos los primeros trabajadores llegarían a las instalaciones. Comprobó puerta a puerta que nadie hubiera presenciado lo sucedido, por si acaso, y la única que encontró cerrada fue el cuarto de limpieza. Estiró la mano, cerró los ojos y la cerradura se abrió.

—¿Por qué están las luces apagadas? —dijo alguien desde fuera.

Tobías escuchó la voz a lo lejos. Realmente casi la percibió más que escucharla, así que cesó en el empeño de registrar la última estancia. Se dio media vuelta, recogió del suelo la ropa que Andrés había dejado atrás, y salió justo antes de que las dos personas entraran.

La partida de ajedrez había terminado. De momento.


Las luces se encendieron y los gritos volvieron a rebotar por el pasillo. La puerta del cuarto de limpieza se abrió y varios utensilios chocaron entre sí, algunos de ellos cayeron al suelo. Varias botellas de productos se precipitaron a los zapatos de quien intentaba abrirse paso para salir de allí, y la de friegasuelos vertió su contenido sobre las baldosas.

—¿Quién es usted? —preguntó una de las personas que había entrado segundos antes.

—Yo soy Thomas Bernhard —dijo sacudiéndose los pantalones de pinzas.

—¿Qué ha pasado aquí? ¿Ha visto usted algo?

Ja, das ist klar. Todo. Lo he visto todo.




 
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Comentarios

  1. Víctor acabo de leer el relato ,tengo la ligera impresión de que todavía no ha acabado muy bien lo que Tobías le hizo a Jaime,y por fin libre . Pobre Andrés tan valiente y tan solidario eso me ha gustado mucho

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    Respuestas
    1. Andrés es enorme, y para eso hace falta cerrar la historia con un epílogo.😎

      No va a resolver nada, la historia ya está terminada, pero hay que dejar la puerta abierta para la saga.📚

      Un abrazo fuerte y gracias por estar ahí todas la semanas. 😘📖💙

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