CUANDO MURIÓ LA NAVIDAD





Este año he descubierto que los Reyes Magos han muerto. He llegado a esta conclusión gracias a que he descartado todas las otras posibilidades, de hecho, estas navidades han sido probablemente las peores de mi vida.

Me he empeñado en averiguar de una vez por todas si los Reyes son de verdad o no, porque estoy harto de que en el colegio me creen la misma duda todos los años. Sé que es peligroso pensar que no existen, porque mis padres siempre han dicho que los Reyes no solo pueden ver lo que hacemos, sino también todo lo que pensamos. Así que, tal y como le ha sucedido a millones de niños a lo largo de los años, me tocaba portarme bien si quería que me trajeran los regalos que había pedido. Mis padres empezaban a recordármelo a finales de noviembre o principios de diciembre, y la tortura del niño bueno duraba hasta el mismo día de la entrega de regalos. Eso era demasiado tiempo siendo bueno.

Además, en mi casa también venía Papá Noel, por lo que la vigilancia era cuádruple. Si no le pillaban a uno sacándose los mocos era de puro milagro. Empecé a sospechar que los Reyes no existían cuando puse a funcionar la estrategia que me habían enseñado mis amigos del cole.

Una vez finalizado el intenso 25 de diciembre, con su mañana cargada de regalos y chocolate caliente, todos los padres solían bajar la guardia, de modo que fue justo después cuando puse en marcha la operación «Muerte a los Reyes Magos». El nombre se lo había inventado mi amigo Marcos y, aunque al resto de la cuadrilla les parecía algo exagerado, a mí me gustaba. Lo mantuvimos en secreto, por aquello de ser regañados por los presuntos impostores. Ya me entendéis. A decir verdad no los íbamos a matar, tampoco es que fuéramos unos asesinos. Imaginaos que nos los llegamos a cargar y, por algún casual, los Reyes resultan ser nuestros padres… Bueno, mejor no pensarlo. Vamos, que lo que en realidad pretendíamos era descubrir el pastel, no cometer un asesinato, sin embargo, el nombre era bastante molón.

La primera fase era revisar los altillos de los armarios. Marcos decía que era una creencia extendida entre los mayores, que si escondían los regalos detrás de una simple caja de zapatos o de las bolsas de la ropa de verano jamás podrían ser descubiertos por nosotros, como si estuvieran dentro de una caja fuerte. Porque bien es sabido que los niños no pueden subirse a una silla, coger una escoba, empujar las cajas para ver lo que hay detrás, tirarlas accidentalmente del armario, que una de ellas te golpee en el puente de la nariz y que te caigas tronchándote el lomo con la misma silla en la que estabas subido segundos antes.

Según Marcos esto que os he contado no le pasó a él, sino a un primo suyo del cual no recordaba el nombre, pero yo sospecho que fue él quien la lio bien parda. Todavía recuerdo que estuvo dos semanas viniendo al cole con una tirita en la nariz y sujetándose las costillas de vez en cuando. En mi caso, tendría que ser mucho más cuidadoso con la operación que teníamos entre manos si no quería salir escaldado, porque si descubría la verdad y resultaban ser mis padres, me comería un castigo de los buenos por tirar las cajas a pesar de que los mentirosos eran ellos. Aún sigo pensando en cómo fue capaz de volver a ponerlas en su sitio el supuesto primo de Marcos. En lugar de esturrear los zapatos por toda la habitación, me dediqué a desplazar las cajas tan solo unos centímetros y a grabar por lo huecos utilizando el móvil con un mango telescópico. Puede que Marcos tuviera la picardía que a mí me faltaba, no puedo negar que muchas cosas las he aprendido de él, pero a mí me sobraba inteligencia.

Después de revisar las grabaciones me aseguré de borrar bien los vídeos y me sentí como un detective profesional. El resultado fue que ni en la habitación de mis padres, ni en la mía, ni en la de mi hermana pude encontrar los dichosos regalos. De modo que era hora de pasar a la segunda fase; la carta modificada.

Así que decidí escribir una nueva carta para los Reyes Magos a escondidas de mis padres. Cambié el futbolín por un billar y el robot por un coche teledirigido. Nada ostentoso, eran regalos asequibles que cualquier Rey Mago podía cumplir fácilmente, si es que eran seres reales. Lo que no me atreví a cambiar fue el videojuego de la Nintendo, no fuera a ser que los Reyes existieran y al final me quedase sin mi regalo. ¡Hasta ahí podíamos llegar! Nada más la tuve terminada la escondí donde nadie podía encontrarla, me aseguré bien de eso. La metí en mi cofre secreto, el lugar más seguro de mi habitación, siempre cerrado con candado si yo me encontraba a más de diez centímetros de él. Además, cuando me lo regaló mi madre, me dijo que llevaba una única llave anticopia, por lo que debía de ir con cuidado de no perderla. A mí me parecía un candado normal, pero ya se sabe que estas cosas las hacen así para no levantar sospechas en los ladrones.

El caso es que envié la carta sin que nadie lo supiera y esperé a que llegara el día 6 de enero. Mi sorpresa fue bastante desagradable. El cuenco con agua que había colocado en la ventana para los camellos estaba vacío como era de esperar, y las zanahorias y la alfalfa habían desaparecido. Nada extraño en la ciudad. Las galletas que había dejado junto al árbol de Navidad se habían esfumado dejando un plato vacío y el plátano era solo una piel mustia, el triste cadáver de una fruta torcida. Pero allí no había ningún regalo. ¡Horror! Ni el billar, ni el futbolín, ni el robot, ni el coche teledirigido ni, por supuesto, el videojuego. Nada de nada. Solo unos trozos de carbón en el plato donde antes estaban las galletas.

Mi corazón quería salirse del pecho, y las lágrimas no tardaron en llegar para manchar el suelo de múltiples gotitas. Me habían descubierto. Había conspirado para matarlos y se estaban vengando de mí. Mis padres trataron de calmarme, pero yo no dejaba de gritar que no había sido malo y que no entendía por qué no me habían traído ningún juguete. A ver… sí que lo entendía, pero tampoco era cuestión de rendirse a la primera de cambio. Mi hermana mayor no paraba de reírse, la muy sinvergüenza. De nada sirvió que me dijesen que el carbón era de caramelo, puro azúcar en la práctica, porque mi llanto y mi pena eran superiores al momentáneo placer que pudiera facilitar aquel dulce solitario y cruel. Vamos, ¡ni que fuera la fábrica completa del mismísimo Willy Wonka! Después me dijeron que buscase por la casa, que tal vez los habían escondido. ¿Regalos escondidos? Eso era nuevo… ¿Algún tipo de venganza por haberlos estado espiando? No lo creo.

Ahí fue cuando empecé a sospechar, porque, a pesar de haber acertado en el cambio del futbolín por el billar, lo encontré debajo de la mesa camilla, sabía que mi padre se manejaba bien con Amazon y sus políticas de devolución y, lo que era aún más sospechoso, me pregunté cómo era posible que ellos supieran que mis regalos estaban escondidos si los Reyes nunca lo habían hecho.

Lo que sucedió el año pasado, unido a las largas charlas de este año en el patio de quinto, me ha aportado la suficiente información como para que estas navidades, por fin haya conseguido completar la operación «Matar a los Reyes Magos».

Javi, por ejemplo, nos contó que se mantuvo despierto toda la noche hasta que escuchó un ruido en el comedor. Al levantarse descubrió a su madre colocando los regalos junto al Belén. ¡Zas! ¡Con las manos en la masa! O como decía mi abuela; «Te han pillao con el carrito del helao».

Pero la de Marcos fue la estrategia más cruel de todas. En mitad de la noche se despertó y se puso a gritar diciendo que había visto a un hombre en la ventana, lo cual era casi imposible a no ser que se tratase de Spiderman, porque ellos viven en un séptimo y no hay balcones. Simuló estar convencido de que uno de los Reyes Magos había intentado entrar en su cuarto para robarle los juguetes y llevárselos a otros niños. Según nos contó, su padre le pidió que se calmase argumentando que ya era mayor como para tener miedo de cosas que no existían. Marcos le puso una trampa a su padre diciéndole que ya sabía que los Reyes no existían, pero que le daba miedo igualmente. Y su padre mordió el anzuelo. Entró a trapo explicándole cómo colocaban los regalos cuando él no se daba cuenta, y que por eso era imposible que hubiera visto a un Rey Mago en la ventana. Marcos le acusó de mentiroso entre llantos. Él no nos dijo que lloró cuando pasó aquello, pero tenía los ojos vidriosos mientras nos lo explicaba. Hasta le dijo a su padre que se había inventado lo del hombre en la ventana para ver lo que decía. Marcos era la picardía en estado puro. O la maldad, según se viera.

Aunque había cosas que no me cuadraban del todo.

Fran entró en su cuarto y cuando salió había una caja de música en mitad del pasillo. En la cajita sonaba la melodía de «Navidad, Navidad» y tenía una nota manuscrita de los propios Reyes Magos. Sus padres estaban viendo la tele en la planta de abajo, por lo que era imposible que ellos la hubieran puesto allí.

El de Dani era otro de los casos extraños. Bajó con sus padres a tirar la basura y, cuando regresaron, la ventana estaba abierta y los Reyes habían dejado los regalos justo debajo. ¿Cómo se podía explicar esto cuando la única que se encontraba en la casa en aquel momento era la tía de Dani? La mujer estaba en la ducha en el momento en que volvieron y, además, los tíos no entraban en la ecuación. ¿Acaso los tíos también eran los Reyes? Menudo lío sería, porque entonces los Reyes no serían los padres sino los tíos. ¿O sí? Tal vez eran los padres, los tíos, los abuelos, los vecinos, la panadera, el carnicero, la de la imprenta… Menuda locura. ¿Podría tratarse de un secreto que se extiende por todo el planeta, el cual solo es accesible para personas adultas sin importar si tienen o no hijos? Muy, pero que muy improbable. Imposible, vamos.

A no ser que la operación «Matar a los Reyes Magos» fuera un acierto, el nombre me refiero. Quizá alguien los mató hace años y los mayores se pusieron de acuerdo para no descubrir el secreto. Si ellos se hicieran cargo de entregar los regalos para que permaneciera la magia, me parecería el secreto mejor guardado de la historia más que una mentira. Mi madre siempre ha dicho que la magia funciona si no intentas descubrir dónde está el truco, y tal vez se refiriera a eso. La única manera de que funcione es creer en ella.

Aunque, menudo secreto. Guardado por toda la humanidad durante siglos, oculto a plena luz delante del rostro de sus propios hijos.

Así que, sin paños calientes, fui derecho a mi madre y le hice la pregunta. Ella se puso más roja que el tomate que estaba cortando mi padre. Después desapareció y nos dejó a los dos a solas en la cocina.

—Papá —me preparé para repetirle la pregunta a él—, ¿los Reyes Magos están muertos?

—¿Tú qué crees? —me preguntó dejando el cuchillo en el fregadero. Se acuclilló y me miró a los ojos.

—Yo creo que sois vosotros.

—¿Estás seguro?

—Creo que sí —contesté, y mi padre ya no me dijo nada, tan solo siguió mirándome durante un buen rato. Me pareció ver que sus ojos se humedecían por un segundo, aunque desplegó una amplia sonrisa y las lágrimas parecieron evaporarse.

—¿Qué más quieres saber? —me preguntó.

—Nada, creo. —Recapacité y ordené mis pensamientos—. Bueno, solo una cosa más…

—Dime.

—Papá Noel es de verdad, ¿no?

Mi padre se echó a reír.

—Papá Noel es tan real como lo soy yo.

—¡Uf! ¡Menos mal! Porque si me llegas a decir que Papá Noel tampoco existe me da un patatús.

 
 

  ❄ 

Gracias por haber compartido un maravilloso año de ilusiones conmigo. Te deseo que pases una muy feliz Navidad con tus seres queridos y que la alegría llene cada espacio en blanco de tu alma. Recuerda que nuestro tiempo aquí es limitado, así que, disfruta de la vida y no dejes de leer.

❄ FELIZ NAVIDAD ❄

Sé original y comparte este relato como una genial forma de felicitación navideña.

 
 



Comentarios

  1. Que bonito ,un lujoso final de año para los relatos la contestación del padre sobre Papá Noel es fantástica .Feliz Navidad a todos los lectores 💝💝💝

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    1. No hay más ciego que el que no quiere ver. La inocencia y la imaginación de los niños supera cualquier explicación que puedas darles, por muy convincente que sea. Lo mismo les sucede con los monstruos. Ojalá fuera tan fácil deshacerse de ellos como de la magia de la Navidad.

      ¡Un abrazo y felices fiestas!
      🎄🎁💙📖

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    2. Bonito cuento de Navidad para peques y mayores.......... Recuerdos de la infancia.
      Felices lecturas y Feliz Navidad.

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    3. 👋🏻 ¡Hola, Paski!

      Es estupendo que te haya transportado de vuelta a la infancia. 🥰🎁

      Felices fiestas y un abrazo enorme. 🦌🦌🦌🎅🏼

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  2. Por fin he conseguido un poco de tiempo para leer esta historia tan real y cercana como la vida misma. Es una pena que los niños de ahora no tenga historias que contar, con toda la electrónica, que es anticomunicativa y solitaria no van a saber lo que es jugar a orillas del río, entrar en un edificio abandonado o ayudar a descargar el camión lleno de café y cacahuetes para el tostador torre facto del barrio; en fin, de todas formas muchas gracias por su excelente narración de los reyes magos.

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    1. Hola, José. Pues sí, es toda una pena que los niños estén perdiendo el contacto con la realidad. El mundo virtual cada vez nos atrapa más y nos arrastra a la soledad. Debemos recuperar la libertad que las máquinas nos quitaron, la misma libertad que supuestamente nos iban a dar.

      Un abrazo y gracias por tus comentarios.
      👧🧒👑👑👑🐫🐫🐫

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