VIENTO






Un susurro entre las hojas, quizás el viento o, tal vez, el espíritu atrapado de algún árbol centenario caído. Recorrí los senderos vadeando el río sin poder localizar su procedencia. Ululaba una canción, triste, sincera, gritaba de agonía ahogado por los plásticos y botellas que se acumulaban entorpeciendo el curso del río.

—¡Uhhh! —parecía gritarme—. ¡Ayuda! —decía en realidad.

Me ajusté la mochila y aceleré el paso, pero el sonido imperfecto del agua, cambiaba a cada pocos metros y camuflaba el cansino ulular del viento.

Por la ladera, un perro descendió a toda prisa, arrastrando hierbas, raíces, bellotas y ramas secas. Sus dueños caminaban por una senda, pocos metros más arriba, y no hicieron amago de llamar su atención. Entró en el agua, chapoteó, saltó y ladró. El bello animal jugueteó con unos pequeños peces, aunque no consiguió atrapar ninguno.

Las personas se perdieron y escuché un silbido, entonces me di cuenta de que se trataba de un perro de caza. Salió del río, se sacudió y sus orejas palmotearon como si estuvieran aplaudiendo.

—¡Uhhh! —gritó el viento, en dirección a los cazadores.

Intenté trepar la colina, pero caí y me deslicé con mucha menos gracia que el perro hasta llegar de nuevo a la ribera.

—¡Ayuda! —gritó, y escuché un disparo que resonó entre los árboles.

Voces, gritos, júbilo, ladridos y, después, el silencio.

—¿Viento? —pregunté, como si estuviera loco—. ¿Estás ahí?

—¡Uhhh! —contestó—. Ya es tarde…





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