LECCION DE CARNICERO

La persiana mec谩nica termin贸 de subir con un crujido y el encargado encendi贸 las luces tras desconectar la alarma. Se situ贸 detr谩s del mostrador y dej贸 caer la bolsa que llevaba sujeta al hombro exhalando un suspiro. Sac贸 los cuchillos y los volvi贸 a dejar en su ubicaci贸n original.

—Otra noche ser谩 —dijo en voz alta.

Apag贸 las luces y cerr贸 la persiana sin conectar la alarma. 脡l no sol铆a aparecer hasta el final de la tarde, antes de cerrar, pero en menos de una hora Julio, el empleado, tendr铆a que abrir al p煤blico.

La anciana miraba al carnicero por encima de sus gafas con el labio fruncido. Aunque su nariz ya no era capaz de percibir el aroma dulz贸n de la carne reci茅n cortada, pod铆a observar a trav茅s de la vitrina c贸mo el dependiente fileteaba con delicadeza un largo trozo de lomo. La mujer repiqueteaba el suelo con el bast贸n, desesperada ante la lentitud con la que el hombre realizaba los cortes.

—Desde luego que lo haces con cuidado, ¿eh? —apunt贸 la anciana.

—¿C贸mo dice se帽ora?

—Digo Julio… ¿Te llamabas Julio, no? —el dependiente asinti贸—. Digo que ya llevas un buen rato para cortar medio kilo de lomo.

—Claro. Es que si no se lo hago como usted quiere, luego me va a decir que si los filetes son muy gordos o que si son muy finos, que ya me la conozco yo. No se preocupe que se lo voy a arreglar para que usted se vaya contenta a casa y los nietos no se le quejen.

—¡Uy! Los nietos dice —solt贸 la mujer mirando ahora al encargado, que se encontraba limpiando una generosa pieza de ternera para, con posterioridad, sacar gruesos chuletones—. Si fuera por mis nietos no hubiera vuelto a comprar aqu铆.

—¿Y eso? —pregunt贸 el encargado dejando el cuchillo sobre el mostrador. La mujer chasque贸 la lengua contra el paladar.

—La 煤ltima vez, el Julio C茅sar este —dijo ninguneando al empleado con un movimiento de mano—, me dej贸 todo el pollo lleno de astillas y mi nieto el peque帽o, pobrecito m铆o, casi se parte un diente.

—Eso es normal, ser铆a de alg煤n golpe mal dado —se justific贸 el dependiente.

—Golpe el que te daba yo a ti, bonico. —Y despu茅s hizo un sonido que bien podr铆a haber sonado como una carcajada ir贸nica de no ser por el movimiento de la dentadura.

—D茅jame, que ya la atiendo yo —dijo el encargado casi en un susurro—. ¿Qu茅 m谩s quiere do帽a Luisa?

—Ay, gracias Antonio. Qu茅 l谩stima que no est茅s siempre t煤 atendiendo. Ponme un pollo de campo deshuesado y sin piel y con eso ya voy servida.

El encargado del comercio sac贸 un ejemplar amarillento de una c谩mara del interior y se lo ense帽贸 a la anciana antes de abrirlo en canal. La mujer asinti贸 con la cabeza y sonri贸, orgullosa de ser bien atendida. Antonio comenz贸 a limpiar el animal con una destreza cual cirujano operando a coraz贸n abierto.

—Da gusto verte trabajar —dijo la anciana.

—Me ense帽贸 mi madre, que trabaj贸 toda la vida en una carnicer铆a del centro. Ahora estos chavales —dijo Antonio gui帽ando un ojo a Julio que ya peinaba canas—, lo aprenden todo mirando v铆deos en internet. Eso cuando no se tiran las horas muertas con los videojuegos.

—¡Eso es lo que digo yo! Mis nietos se tiran todo el santo d铆a con el m贸vil en la mano. O est谩n con el m贸vil o con la maquinita esa, la G眉ich. M谩s les valdr铆a coger un buen libro y leer —la mujer mir贸 a Julio que negaba con la cabeza mientras preparaba una larga tira de embutido—. ¿T煤 no lees muchacho?

—¿Yo? No veo m谩s que el Marca y solo miro las fotos. Como mucho leo los titulares por encima, leer me cansa la vista —dijo en un tono ir贸nico.

—Vaya mendrugo est谩s t煤 hecho —dijo la anciana y Julio se mordi贸 la lengua para no darle una mala contestaci贸n, lo que le hizo ponerse rojo como un tomate—. Deber铆as leer m谩s y buscarte novia, porque no tienes novia, ¿a que no? —Julio no contest贸 a la pregunta ni mir贸 a la mujer a la cara—. Ya lo sab铆a yo. Tienes que buscar aficiones y dejar de tocarte la chorrica por las noches.

La anciana emiti贸 en茅rgicas carcajadas que hicieron que la dentadura bailase arriba y abajo. Julio se acerc贸 al encargado y se reclin贸 para que la mujer no le escuchase.

—Me voy adentro a preparar las hamburguesas que al final la voy a mandar a tomar por culo.

—Ni caso. Vete.

—¡Mira c贸mo se va! Si ten铆a yo raz贸n. —Y volvi贸 a re铆r.

—¡Sabe lo que le digo se帽ora! Que s铆 que tengo aficiones, mire usted —dijo Julio desde la mesa de cortado y Antonio le sugiri贸 con un gesto que lo dejase pasar—. Me gustan los videojuegos, y bastante, pero adem谩s hago otras cosas cuando termino de trabajar.

—¿Ah, s铆? ¿Y qu茅 haces?

—Pues salgo a la calle a matar a viejas porculeras.

La mujer comenz贸 a gritar desesperada al encargado, recriminando la actitud de Julio, quien se quit贸 el delantal y lo arroj贸 sobre el mostrador.

—Le has puesto los puntos sobre las 铆es a la do帽a Luisa, ¿eh Julio?

—Perdona Antonio, es que ya me estaba tocando las pelotas.

—S铆, la verdad es que se ha pasado un poco. Echo el cierre y te explico una cosa.

—Espera un momento, que tengo el m贸vil cargando en la oficina.

—¿No habr谩s cogido mi cargador? —dijo Antonio intentando parecer enfadado, pero en realidad se alegr贸 de que lo hubiera hecho.

—Pues la verdad es que s铆. Lo siento es que se me ha apagado y como he visto que no lo estabas usando…

—¡Es broma, joder! Que se quede ah铆 cargando y luego venimos a por 茅l.

—No, da igual. Lo cojo ya y as铆 lo voy encendiendo.

Antonio neg贸 golpeando la lengua.

—Que lo dejes, hombre. As铆 pasa, que luego las bater铆as no os duran nada.

Julio sali贸 a la calle a rega帽adientes ante la insistencia del encargado y se encendi贸 un cigarro. Antonio recogi贸 los cuchillos y los meti贸 dentro de la bolsa negra, sin que el dependiente se percatase, despu茅s le invit贸 a subir en la furgoneta del trabajo para mostrarle algo y acept贸. Apret贸 el bot贸n de la maneta de la vieja C-15 hasta en tres ocasiones antes de poder entrar.

—¿Hace fr铆o hoy, no? —pregunt贸 Antonio enfund谩ndose unos guantes de piel.

—Algo s铆 que hace, pero tanto como para ponerse guantes…

—Ande yo caliente, r铆ase la gente. Vamos —dijo arrancando el ruidoso motor—. Ya ten铆a yo ganas de que hici茅semos una excursi贸n juntos.

Julio se encogi贸 de hombros, se acab贸 el cigarrillo y lo lanz贸 por la ventanilla. Antonio conduc铆a despacio, sin hablar de nada en especial mientras que su compa帽ero asent铆a como mirando al infinito. Ve铆a pasar carteles luminosos con los ojos entrecerrados por el agotamiento y sin saber exactamente hacia d贸nde iban. Por si esto fuera poco, la bolsa que ten铆a en los pies le molestaba y no pod铆a estirar las piernas.

—¿A d贸nde vamos, Antonio? Tengo que ir a casa a cenar y hay que volver a la carnicer铆a a por mi m贸vil.

—Volveremos, no te preocupes. Ya casi hemos llegado.

El veh铆culo gir贸 a la derecha y al entrar en la penumbra Julio levant贸 la vista. El motor se par贸, las luces de la furgoneta se apagaron y el callej贸n se qued贸 completamente a oscuras.

—P谩same uno de los cuchillos de la bolsa que tienes en los pies, que te voy a mostrar algo. —Julio se qued贸 pensando por un momento en si deb铆a hacerle caso o salir corriendo—. No tengas miedo que no te voy a matar.

—Hombre ya, supongo —dijo empezando a ponerse nervioso. Aun as铆 meti贸 la mano, sac贸 el cuchillo de deshuesar y se lo entreg贸.

—Antes has dicho que por las noches te dedicabas a matar viejas para pasar el rato. —La cara de Julio cambiaba por momentos—. Supongo que no era verdad, pero el caso es que yo llevo un tiempo pensando en hacerlo. No en ir por ah铆 asesinando ancianitas decr茅pitas, sino en el hecho de matar en s铆. T煤 ya me entiendes… —Titube贸—. Bueno, es igual. Creo que t煤 puedes ser un buen compa帽ero.

—¡Pero qu茅 dices, Antonio! ¿Se te ha ido la cabeza? —dijo saliendo de la furgoneta—. Mira, yo no quiero saber nada de tus locuras. Me voy a casa.

—No te vayas, Julio. Espera tan solo un momento, que el que se va soy yo.

—¿A d贸nde vas?

—Ahora vuelvo. Tranquilo, de verdad, no pasa nada. —Cerr贸 con un portazo, encar贸 el callej贸n y se alej贸 hasta que su silueta desapareci贸 en las sombras.

Julio dio la vuelta por fuera y busc贸 las llaves en el arranque, aunque no tuvo la suerte de encontrarlas. Pens贸 en llamar a la polic铆a, pero claro, ese cabrito se las hab铆a apa帽ado para dejarle sin tel茅fono. Podr铆a encontrar a alguien fuera del callej贸n que le dejase un m贸vil o buscar una de las casi extintas cabinas telef贸nicas. La idea la desech贸 cuando recapacit贸 sobre qu茅 dir铆a si pudiera contactar con emergencias.

—Emergencias, le atiende Beatriz. ¿En qu茅 puedo ayudarle?

—Pues ver谩, no s茅 realmente d贸nde estoy, si pudieran localizar la llamada y mandar a alguien porque creo que se va a cometer un crimen.

—Vale, estamos localizando su llamada. ¿Usted se encuentra bien?

—S铆, es que mi encargado me ha tra铆do a un callej贸n oscuro con una bolsa llena de cuchillos que yo llevaba a mis pies.

Detuvo la planificaci贸n mental de la llamada. Visto as铆 sonaba bastante est煤pido y pens贸 que si finalmente avisaba a la polic铆a tendr铆a que obviar esa parte, por lo menos de momento.

—¿Le han secuestrado?

—No, he venido por mi propia voluntad, pero me ha enga帽ado.

Otra estupidez que no le cuadraba por ning煤n sitio.

—Entiendo… ¿C贸mo se llama usted, se帽or?

—Eso no importa. ¿Le estoy diciendo que van a matar a alguien y usted me pregunta por mi nombre?

—¿Y c贸mo sabe que van a matar a alguien?

—Pues porque el tipo con el que ven铆a se ha metido en un callej贸n oscuro con un cuchillo que me ha pedido que sacase de la…»

—Mierda. Mis huellas —musit贸—. Ese cabr贸n tiene mis huellas en el cuchillo. Soy imb茅cil.

Deambul贸 pensativo de un lado al otro del veh铆culo, sin encontrar una salida para el problema en el que se hab铆a metido. Lo 煤nico que se le ocurri贸, fue sentarse de nuevo en la furgoneta y esperar a que volviera con el cuchillo, con la esperanza de que no hubiese cometido ninguna barbaridad.

—Maldita sea la hora en la que mand茅 a tomar por saco a la vieja. —Rezong贸.

Mientras divagaba, dos siluetas aparecieron al final de la calle y acert贸 al pensar en que se trataban de un hombre y una mujer. Toc贸 el claxon de manera prolongada y las figuras se pararon. Despu茅s una tercera figura sali贸 de las sombras y avanz贸 con rapidez. Julio prob贸 suerte con las luces de larga distancia y estas respondieron. Emiti贸 una sucesi贸n de r谩fagas que iluminaban directamente a los rostros de la pareja y a la espalda de Antonio que segu铆a su imparable avance.

—No puede ser —dijo en voz alta y lo repiti贸 casi en un grito desesperado—. ¡No puede ser!

El encargado ya se hallaba a la altura de las dos personas, escondiendo el cuchillo detr谩s de la espalda. Julio segu铆a emitiendo r谩fagas para alertar a la pareja, sin embargo el atacante estaba ya demasiado cerca. Completamente deslumbrado, el hombre intent贸 defenderse sin mucho 茅xito y sinti贸 como le hund铆an el cuchillo hasta el mango en el lateral de su pecho. Una vez lo hubo clavado, Antonio hizo un par de movimientos con el arma que simulaban cuando limpiaba un costillar, moviendo el acero alrededor del hueso para sacar la carne.

La mujer hab铆a trastabillado al retroceder y sentada en el suelo gritaba presa del p谩nico. Trat贸 de alejarse reptando marcha atr谩s, pero el asesino se acerc贸 a ella y, sujet谩ndola por el pelo, le seccion贸 el cuello con un movimiento de vaiv茅n. La dej贸 tendida sobre el asfalto y regres贸 a la carrera.

A Julio no le qued贸 otra opci贸n que esperar a que el asesino regresara con el arma homicida para poder recuperarla. Antes hab铆a visto un cuchillo jamonero dentro del macuto, as铆 que trat贸 de sacarlo sin perder de vista al encargado. Lo malo del mundo real, a diferencia de una pel铆cula de Quentin Tarantino, es que cuando uno mete la mano en una bolsa llena de cuchillos sin mirar, lo normal es que te lleves un buen corte, o como en el caso de Julio, que te rajes la palma de la mano derecha y la molla se desgaje en un colgajo.

—¡Idiota! —se dijo, dando despu茅s un gritito contenido.

El encargado ya alargaba el brazo hacia la maneta, por lo que dio un r谩pido vistazo a la bolsa y agarr贸 lo que ten铆a el mango m谩s ancho. Sac贸 una peque帽a hacha y la blandi贸 en la mano pegando la espalda a la puerta del copiloto mientras Antonio se peleaba con el bot贸n de la cerradura.

—¡Qu茅 subid贸n! ¿Lo has visto? —Entr贸 euf贸rico en el coche—. Supongo que s铆, a juzgar por las r谩fagas que estabas haciendo. La verdad es que has sido de gran ayuda, formamos un equipo excepcional.

—Pero ¿qu茅 dices? ¡Est谩s loco! ¡Loco de remate! En… Entr茅game ese cuchillo —le dijo esgrimiendo un hacha, que en la mano de Julio parec铆a menos amenazante incluso que en la de un ni帽o cortando patatas.

—¿Este cuchillo? Ni hablar. Es mi seguro de vida. Si te vas de la lengua —hizo un silbido prolongado—, te vas para el talego.

—¡Que me lo des te digo! —Empu帽aba el hacha con firmeza y su semblante ya no reflejaba miedo alguno, sino que su mirada proyectaba ira pura.

—Pero m铆rate —dijo adoptando la misma posici贸n defensiva que Julio, con la espalda contra la puerta del conductor—. Te has cortado y est谩s sangrando como un cerdo. ¿C贸mo me vas a matar, idiota? Manchar铆as mi cuerpo con tu sangre. De hecho, la tapicer铆a ya la tienes hecha un asco.

—Vaya. Lo tienes todo pensado. Mira, t煤 solo dame ese cuchillo y har茅 como que no he visto nada —Respiraba de manera acelerada.

—No seas iluso —dijo colocando el arma ensangrentada en el hueco de la puerta—. Te voy a decir lo que vamos a hacer. De aqu铆 en adelante, t煤 vas a ser mi colega y saldremos de juerga de vez en cuando. Nos iremos… de caza, ¿eh?

—¡Dame el puto cuchillo! —espet贸 Julio zarandeando el hacha.

Se le hab铆an hinchado las venas del cuello tanto, que parec铆a que fueran a explotar. Hab铆a llevado hacia atr谩s la mano y el hacha casi tocaba el techo. Un r铆o caliente de sangre le bajaba por el brazo hasta la axila.

—Ll茅vate cuidado con eso que te vas a hacer da帽o otra vez. Anda, dame el hacha —dijo intentando cogerla con la mano libre.

—¡Qu茅 te est茅s quieto!

Antonio se qued贸 mir谩ndole directamente a los ojos, borr贸 la sonrisa indulgente de su rostro y esgrimi贸 el cuchillo apunt谩ndole a la cara.

—No. Nunca —dijo con calma.

Y esa fue la palabra clave. Nunca. Julio pens贸 en la c谩rcel, en meses de juicios mientras le tiraban la pastilla de jab贸n al suelo una y otra vez. Aun as铆 se sent铆a incapaz de lanzarle un hachazo a aquel malnacido, que acababa de liquidar a sangre fr铆a a dos pobres personas.

Julio pens贸 fugazmente en que si le golpeaba en el brazo para intentar quitarle el cuchillo, no lo conseguir铆a. El hacha chocar铆a con el volante y Antonio se lo clavar铆a hasta las entra帽as.

—Eres solo un pollo —dijo con voz pausada—. Con chaqueta, pero un pollo gigante al fin al cabo. Un trozo de carne que no parar谩 de matar hasta que lo detengan. —Inspir贸 profundamente.

—¡Y me llamas a mi loco! —Antonio rio a carcajadas.

Apunt贸 al cuello.

Lanz贸 el brazo con toda la fuerza que aquel peque帽o habit谩culo le permit铆a, pero no pens贸 en que estaba atacando a Antonio, ni siquiera que estaba atacando a una persona, 煤nicamente imagin贸 que deb铆a partir la carcasa del puto pollo con un solo golpe.

El hacha se desliz贸 rozando el techo y cre贸 un peque帽o surco en el revestimiento color hueso. Antonio vio venir la embestida en los ojos del muchacho y se agach贸 intentando zafarse, al tiempo que empujaba el cuchillo de deshuesar hacia el torso de Julio, al igual que hab铆a hecho minutos antes con el hombre del callej贸n.

La muerte fue instant谩nea.

Al agacharse, Antonio consigui贸 que el arma que avanzaba en busca de su cuello, impactara en el puente de su nariz con toda la energ铆a que el brazo de un fornido carnicero pod铆a generar. El cuchillo se enganch贸 en la ropa de Julio sin crearle la menor herida, en cambio, el hacha se clav贸 hasta la mitad de su hoja de una sien a otra, explotando los dos globos oculares del encargado.

El cuchillo cay贸 inerte sobre el regazo de Julio y el hacha qued贸 clavada en el rostro del asesino, cual espada m谩gica incrustada en la piedra. El muchacho se recost贸 en el asiento. Su boca entreabierta exhalaba de manera descompasada y sus l谩grimas ca铆an de unos ojos abiertos de par en par. Mostraba lo que en el servicio militar hab铆a conocido como la mirada de los mil metros.

—Vaya por Dios… —dijo la anciana en un susurro, aunque Julio la escuch贸 a la perfecci贸n—. ¿No est谩 tu jefe por ah铆?

—¿Daniel? ¿El due帽o? Ese est谩 jubilado, se帽ora. Lleva a帽os sin venir por aqu铆. Solo paga nuestros sueldos y se queda con el dinero de la caja.

—No, ese no. Digo el otro, Antonio. El viernes estaba aqu铆 contigo.

—¡Ah! El encargado dice. —La mujer se encogi贸 de hombros—. Lleva varios d铆as sin venir, la verdad es que no sabemos d贸nde se ha metido.

—Ese es un buen canalla tambi茅n. Se tiraba m谩s tiempo en el bar de mi sobrina que trabajando.

—Mire… Luisa se llamaba, ¿no?

—Do帽a Luisa.

—Do帽a Luisa. El otro d铆a tal vez le habl茅 en un tono que no era el m谩s adecuado.

—Un tono... —dijo alargando la 煤ltima vocal—. ¡Que vaya tono!

—S铆, bueno. No s茅 que ha venido a comprar, pero le voy a explicar —dijo destapando un recipiente rectangular que ten铆a tapado con un papel transparente—, esta carne la hemos tra铆do nueva, es una mezcla de carne picada de cerdo ib茅rico con pavo y sale muy econ贸mica.

La mujer observ贸 la etiqueta del precio, y aunque realmente era barata dio un paso atr谩s.

—¿A qu茅 sabe eso?

—Este es el 煤ltimo recipiente que me queda. El sabor es un poco m谩s fuerte que el del cerdo blanco, pero lleva comino, azafr谩n de hebra, perejil y una pizca de pimienta que la hacen deliciosa. No es para nada picante. —Do帽a Luisa segu铆a sin parecer convencida—. Est谩 buen铆sima, ya se lo digo yo. La puede usar para hacer alb贸ndigas con tomate, salsa bolo帽esa para los espaguetis, o incluso si hace un rollo con la carne —continu贸 haciendo el gesto con las manos—, lo mete en un hojaldre y al horno. Si le parece bien, le voy a poner de regalo medio kilo de carne especiada y empezamos de nuevo. Con eso tiene comida para cuatro personas y sin complicarse. ¿Qu茅 le parece?

La mujer esboz贸 media sonrisa que aplac贸 con la velocidad de un halc贸n que desciende a la caza de un indefenso gazapo.

—Me parece que los mi茅rcoles en mi casa comemos siete, medio kilo es poco.

—¿Un kilo entonces?

—¡Sea!


Imagen de SHOT en Unsplash


Dedicado a mis hermanas y a mi carnicero favorito.

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Comentarios

  1. Me parece que me voy a hacer vegetariano, jajajaja.....

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    1. 馃き Nunca se sabe realmente qui茅n te despacha la carne, te sirve el caf茅 o hace el pan que te comes.

      Se trata de una relaci贸n de confianza. Si no conf铆as en tu carnicero siempre puedes criar gallinas en el balc贸n. 馃悢

      Un abrazo y gracias por tu comentario. 馃挋

      R. Budia

      Eliminar
  2. Yo creo que de ahora en adelante voy a mirar con otros ojos en este caso m铆o a la carnicera me gusta mucho el relato es suspense angustioso y tb me me re铆do con julio muy bueno CV onvinar las tres cosas es estupendo

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    Respuestas
    1. No quiero ser motivo de desconfianza en el gremio, pero... 馃ぃ馃ぃ馃ぃ

      Es broma, me alegro de que hayas sentido el suspense, la angustia y adem谩s hayas podido conectar y re铆rte con el personaje.

      Muchas gracias por tu comentario.

      Un abrazo fuerte.
      R. Budia

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  3. Muy buen relato V铆ctor. Personajes muy humanos y cre铆bles. La "adorable" se帽ora de las que solo llevan una cosa en la caja del supermercado y quiere pasar primera la has clavado.
    Sin duda, la constancia da sus frutos y, por ahora, eres un buen ejemplo de ello.
    Nos leemos

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  4. Como siempre tus comentarios son lo mejor de la casa. La se帽ora dan ganas de matarla, la verdad. 馃ぃ

    Me alegro que hayas disfrutado con la lectura, para la semana que viene m谩s y mejor.

    Un abrazo, amigo.
    R. Budia

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  5. Un relato entretenido, bien escrito y que te mantiene en vilo desde el principio. Muy recomendable.

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    Respuestas
    1. Muchas gracias. ☺️

      Es estupendo que te haya mantenido a la expectativa desde el principio. 馃槒馃敧

      Un abrazo.
      R. Budia

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