EL ATROPELLO

La cabeza del hombre descansaba sobre el volante, y por un momento el agente pensó que le había dado algún ataque. Golpeó la ventanilla con los nudillos, pero el conductor no se movió. El cristal estaba tan empañado que casi no podía ver el interior. Probó suerte con la maneta y la puerta se abrió, dejando caer al conductor tras ella. —¡Cuidado! —dijo el guardia de barba canosa sujetándole por el brazo—. ¿Está usted bien? —Sí, sí. Me encontraba un poco cansado y decidí pararme antes de darme un golpe. —¡Pero hombre de Dios! ¿No ve usted que está en plena curva? Vamos a atender un accidente un poco más adelante. ¿No cree que podría haber sido usted el accidentado? Estas curvas son muy peligrosas. —Pues tiene usted razón, no sé qué decirle. Lo siento, pero es que no aguantaba más. —¿Ha bebido usted algo? —¡Qué va! Nada de nada. Hágame la prueba si quiere, estoy agotado de tanto conducir. Eso es todo. Vengo de hacer ochocientos kilómetros y ya no sé ni dónde está el cambio de marchas....