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LAS NOCHES DE RANDALL - MEMENTO MORI

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PARTE I † La fiesta en casa de Thomas Carver no había resultado exactamente un éxito para todos los participantes, y mucho menos para él. El estúpido anfitrión había terminado bajo las sábanas con una tal Juliette, algo que envidiaba la mayoría de los babosos asistentes. En cambio, solo a un auténtico gilipollas se le ocurriría acostarse con Juliette la nueva, Juliette sin apellido, Juliette la novia de Randall Summers. Y la mala jugada no venía por haberse tirado a la pareja de otro, sino por lo que pasó después. Randall no tenía manera humana de saber si lo habían hecho o no, sin embargo, estaba casi seguro de ello, a pesar de que se había ausentado de la fiesta diez minutos antes de que Thomas le bajase las bragas a Juliette. Randy, como solían llamarle, era muy buen chaval, pero a la vista de los demás, demasiado inocente. —¡Ey, Randy! —le dijo uno de sus colegas solo unos días atrás—. ¿Has visto lo que hace la guarra de tu novia? Se está morreando con el segurata de la disco.

BUENOS AMIGOS

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Jerome, Vincent, Frankie y Darrell no eran los mejores amigos de clase, ni tan siquiera eran compañeros de pupitre, sin embargo, aquel mediodía de octubre decidieron entrar en la propiedad del señor Williams para hacer el imbécil, como más tarde admitieron. De los cuatro, tal vez Frankie, la pequeña sabandija con cuatro ojos que te escupía a la cara si te metías con él, y Darrell, el simpático regordete que cumplía a la perfección su papel de payaso oficial de clase, eran los únicos que compartían afición, ya que ambos entrenaban a fútbol todos los sábados por la mañana. Darrell no era muy ágil, y no solía llegar con facilidad a los pases largos, pero si alcanzaba el balón no había quien parase un derechazo suyo. Frankie nunca iba a ser buen jugador, al menos eso decía su padre, quien le obligaba a asistir a los entrenamientos con mano de hierro. Es por ese motivo que Frankie sentía cierta admiración por Darrell, el simpático gordito que marcaba goles como soles. Vincent, por su pa

EL ATROPELLO

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La cabeza del hombre descansaba sobre el volante, y por un momento el agente pensó que le había dado algún ataque. Golpeó la ventanilla con los nudillos, pero el conductor no se movió. El cristal estaba tan empañado que casi no podía ver el interior. Probó suerte con la maneta y la puerta se abrió, dejando caer al conductor tras ella. —¡Cuidado! —dijo el guardia de barba canosa sujetándole por el brazo—. ¿Está usted bien? —Sí, sí. Me encontraba un poco cansado y decidí pararme antes de darme un golpe. —¡Pero hombre de Dios! ¿No ve usted que está en plena curva? Vamos a atender un accidente un poco más adelante. ¿No cree que podría haber sido usted el accidentado? Estas curvas son muy peligrosas. —Pues tiene usted razón, no sé qué decirle. Lo siento, pero es que no aguantaba más. —¿Ha bebido usted algo? —¡Qué va! Nada de nada. Hágame la prueba si quiere, estoy agotado de tanto conducir. Eso es todo. Vengo de hacer ochocientos kilómetros y ya no sé ni dónde está el cambio de marchas.

PERRA VIDA

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  —Buenos días, señor Hölderlin. ¿Qué tal ha dormido hoy? El señor Friedrich Hölderlin, que hasta entonces permanecía sentado en la cama con la bata entreabierta, se incorporó y se anudó el cinto de algodón con rudeza. —Pues he dormido francamente mal —dijo con su frente inundada de gotitas de sudor que no llegaban a deslizarse por su cara—, los ladridos de ese maldito perro me están taladrando el cerebro. Cada vez que abre la boca siento como si me trepanasen el cráneo con un serrucho oxidado. ¿No podrían hacerlo callar de alguna manera? —Una venda rodeaba su mano derecha hasta la altura de la muñeca. Es por esto por lo que, a pesar de ser diestro, se enjugó el sudor con la mano izquierda y se lo pasó por el flequillo con la intención de compactar las greñas que le colgaban sobre los ojos. —Cuando intentamos hacerle callar se altera todavía más. El señor Autenrieth dice que es mejor dejar que ladre hasta que se canse. —El señor Autenrieth no tiene ni la más remota idea. No me expl

EL JOVEN Y EL MAR

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Tomó el canto más plano que encontró, lo posó sobre el dedo anular, rodeándolo con el índice, y amartilló el brazo. Tras un fuerte empujón la piedra salió rebotando sobre el mar en calma hasta que perdió potencia y se hundió casi a la altura donde se reflejaba el sol vespertino. —¡Hala, qué lejos ha llegado esa! —dijo el niño—. ¿Cómo lo haces? —Pues con práctica. Es importante encontrar una piedra que sea plana, después tienes que lanzarla con fuerza para que vaya paralela al agua y que rebote lo máximo posible. A mitad de la explicación, el niño ya se había dado la vuelta y cogía una roca que casi no podía ni levantar. La elevó empleando ambos brazos y, apoyada en su pecho, se acercó un poco al borde. —Me gusta más salpicar. —Lanzó la roca con tan poca energía que cayó sobre las otras piedras y rodó hasta la orilla. —¡Pero Hugo, hijo! ¿No ves que así te puedes hacer daño? Además, hay animalitos entre las rocas y puedes aplastarlos. El padre se aproximó a su hijo y le explicó cómo colo

MI FUTURO PASADO

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El camarero sirvió dos cervezas tan frías que la boca de las jarras todavía mantenía varias protuberancias heladas. Henry le propinó un prolongado sorbo a la suya y la devolvió a la mesa de roble con un golpe, lo que hizo que una lasca de hielo se deslizase lentamente. —El mejor momento del día —anunció Tom que hizo lo propio con su birra. —Sin lugar a duda —replicó Henry limpiando su mostacho de espuma con el dorso de la mano—. ¿Qué tal te va en el curro, Tom? Hace mucho tiempo que no nos vemos. —No me puedo quejar, porque si me quejo, me largan. —Estiró una sonrisa forzada y Henry le contestó con una única carcajada. —Igual que yo. Tú por lo menos trabajas con animales, en mitad del campo. Puedes disfrutar de la naturaleza… —¡Oh, sí! ¡El aroma a boñiga fresca al amanecer es muy natural! Es muy… ¿Cómo dicen ahora? ¿Biológico? —Ecológico. Creo. —Bueno da igual. Preferiría cien millones de veces dar el callo en un sitio como el tuyo. Fresquito en verano y calentito en invierno. Eres tod